Adversarios de Expaña, s. XVI (IV) Inglaterra
Un duro golpe a la posición hispana fue el cambio de Enrique VIII de Inglaterra, ya en la década de los 30, que afectó además a la princesa española Catalina de Aragón, cuyo matrimonio con el rey inglés pareció feliz durante dieciocho años. Siguiendo probablemente a su madre Isabel la Católica, Catalina puso de moda la educación femenina en Inglaterra, protegió los centros de enseñanza superior y propugnó la alianza inglesa con España. Seis veces embarazada, solo una hija sobrevivió, lo que arruinó la relación conyugal, pues el rey deseaba un heredero varón, y terminó por pedir la anulación del matrimonio al papa Clemente VII. El pontífice, quizá presionado por Carlos I de España, sobrino de Catalina, rechazó la demanda, y Enrique rompió con el Papado, hizo encerrar a su mujer y se casó con Ana Bolena. En 1534 se declaró a sí mismo cabeza de la Iglesia de Inglaterra y fundó el anglicanismo, ecléctico entre el protestantismo y el catolicismo, como una fe propia para los ingleses, un poco a semejanza de los judíos; y concentró en sí mismo el poder político y el religioso. De ahí la quiebra del acuerdo con España, de la cual se haría Inglaterra uno de los enemigos más tenaces, con pocos intervalos de mejor entendimiento.El veleidoso Enrique se cansó pronto de Ana Bolena, la acusó falsamente de brujería, incesto con su hermano y relación sexual con otros cinco hombres, y todos fueron degollados, incluida Ana, en 1536. La sucesora de esta en el favor regio, Jane Seymour, falleció a poco de dar a luz. El rey hizo anular sus nupcias con la tercera, Ana de Cleves, a lo que ella tuvo el sentido común de no oponerse, si bien el noble propiciador del matrimonio fue decapitado. De inmediato se casó con Catalina Howard, que cometió imprudente adulterio, por lo que fue ejecutada –con solo 18 años–ella y sus amantes. La última esposa, Catalina Parr, sobreviviría al marido corto tiempo, tras lo cual casó con Thomas Seymour quien pronto sería ejecutado con especial crueldad, por haber intentado raptar al nuevo rey, Eduardo VI, aún niño; y Parr finó pronto, de parto.
Enrique fue un rey renacentista, protector de las artes y la cultura, poeta y músico (suele atribuírsele la famosísima melodía Greensleeves). No dudó en aplicar la mayor violencia contra protestantes y, sobre todo, católicos. Impuso pena de muerte o prisión perpetua a los disidentes, expropió los monasterios para ampliar su hacienda e hizo torturar y asesinar a numerosos monjes; también cayó el intelectual humanista Tomás Moro, amigo de Vives y de Erasmo. Fueron destruidos los gremios profesionales y saqueados sus bienes por la nueva nobleza, y aplastada una revuelta popular católica tras engañar a sus líderes con aparentes concesiones: 216 de ellos fueron ejecutados, aparte de los muertos en la represión general. El número de víctimas en un corto espacio de tiempo alcanzó a millares. También estableció este rey las primeras leyes contra la sodomía y la brujería, repelió ofensivas escocesas e invadió Francia. Rivalizó con Francisco I y Carlos I por el título de emperador, que recaería en Carlos.
Inglaterra podía tener por entonces tres o cuatro millones de habitantes, gozaba de excelente posición estratégica, defendida por el canal de La Mancha, lo que le permitía jugar con libertad en los conflictos europeos, y disponía de una fuerza naval apreciable. Después de la Guerra de las dos rosas, los Tudor habían asentado un firme poder monárquico y Enrique obró como un tirano, aplastando cualquier oposición pese a que el Parlamento ejercía mayor control político que en el resto de Europa. El país estaba en trance de reforzarse mediante la completa anexión de Gales, donde se impuso oficialmente el inglés, y el tenaz intento de conquista de Escocia y de Irlanda, esta última dominada solo a medias. Irlanda, de tan brillante cultura en la Edad de Formación europea, cuando sus monjes contribuyeron a civilizar a anglosajones y francos, rechazó el anglicanismo, y la resistencia a la dominación inglesa cobraría un marcado tinte católico.
Culturalmente, Inglaterra era una verdadera potencia desde la fundación de las universidades de Oxford y Cambridge y desde que, a finales del siglo XIV, empezó a cultivarse el inglés como lengua literaria. Disponía de una buena industria textil y manufacturera, y una marina comercial considerable. Aunque no el más importante de los adversarios de España, tampoco era un enemigo menor, como había comprobado Francia en la etapa de alianza hispano-inglesa, y comprobaría España cuando las alianzas cambiasen. Con Enrique VIII empezó asimismo la política inglesa de buscar, lógicamente en su beneficio, un equilibrio de poderes en el continente.
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