Tabaco
En la juventud de mi generación, fumar estaba muy bien visto. Lo hacían Humphrey Bogart, John Wayne, Robert Mitchum y Cary Grant. En la televisión nos atosigaban con un anuncio de «Marlboro» en el que nos decían de manera subliminal, que todo aquel que no fumara era un poco trucha. Cuando los americanos le dieron la vuelta a su propia tortilla, los fumadores nos convertimos en unos seres depravados de segundo orden. La Ley Antitabaco de la ministra Salgado nos puso al borde del descrédito total, y gracias al Gobierno de Esperanza Aguirre, aún tenemos o teníamos algún espacio digno en el que no nos sentimos insultados cuando encendemos un cigarrillo.En mi casa paterna fumamos o hemos fumado casi todos. Mi padre, que consumió durante toda su vida tres cajetillas diarias de rubio americano, falleció a los noventa y tres años con los pulmones en magnífico estado de revista. Y mi madre, que no probó el tabaco y estaría considerada como fumadora pasiva, murió a los noventa sin haberse resentido jamás de los pulmones. Fumar es dañino, y eso lo sabemos cuantos estamos sometidos a este vicio que tanto nos acompaña. Pero los fundamentalismos son odiosos. Nunca he molestado a nadie que en mi cercanía me haya pedido que no fume, y si lo he hecho involuntariamente, he apagado el cigarrillo. Entiendo que en los hospitales y ante personas con dificultades respiratorias la prohibición de fumar sea rotunda. Pero la prohibición absoluta, además de un cinismo gubernativo, es una agresión injusta e innecesaria. El Gobierno se lucra, y mucho, de los impuestos con los que grava el tabaco. Ocho mil millones de euros al año. Ahora lo subirán de nuevo. Si se prohíbe el tabaco, que se prohíba también su venta. Y que se arruinen los bares, los restaurantes y las cafeterías que tienen un espacio reservado –siempre el más solicitado por los clientes–, para los fumadores.
La señora ministra Jiménez tendrá muy buena voluntad. Pero lo que pretende hacer con los enfermos del vicio, es una burrada. Nos aniquila a impuestos y nos prohíbe consumir el producto que enriquece al Tesoro Público. Me gustaría informar a la señora ministra de que los fumadores somos personas bastante bien educadas. Que no consumimos tabaco si ello conlleva una molestia para los demás. Que hemos aceptado volar durante doce horas seguidas sin encender un cigarrillo, y viajar en tren sin disfrutar de un mínimo espacio, incluso humillante, para calmar nuestra necesidad. El afán prohibicionista de este Gobierno es asnal. Coz y rebuzno, y el que no lo acepte, que se aguante. Terminarán por prohibir el consumo de alcohol, así, por capricho. El Gulag.
Una medida como la que se propone aplicar la ministra de Sanidad se tiene que consensuar, no sólo entre diferentes ministerios, sino también entre los consumidores, los representantes de los no fumadores, los empresarios de hostelería y los clientes. Sabemos que somos unos despreciables ciudadanos. Nos acusarán del calentamiento del planeta y esas chorradas. Pero también sostenemos con nuestros impuestos una buena parte de los derroches cretinos del Gobierno. Somos víctimas, no asesinos. Víctimas de nosotros mismos, que hemos crecido en una sociedad que animaba a fumar.
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