Los bandidos de Carme
La política de intervenciones militares en el extranjero de ZP se encierra en dos mandamientos como antaño se enseñaba del Decálogo. El primero es continuar censurando la guerra de Irak porque es mala y el segundo, alabar la de Afganistán porque es buena. Censurar la primera permite fustigar al PP, denigrar los mandatos de Aznar precisamente ahora en que las comparaciones pueden ser devastadoras para ZP y seguir proyectando la sombra del 11-M sobre amplios sectores de la población que todavía no se han enterado de que semejantes atentados nada tuvieron que ver con la guerra de Irak. Alabar la intervención en Afganistán implica mantener algo de las relaciones con Estados Unidos hechas jirones por la torpeza resentida de ZP y, a la vez, establecer una pedagogía que se podría resumir en algo así como «si la intervención es nuestra es buena y si deriva de la derecha, es fascista». El problema es que, como indicaba el camarada Lenin, «los hechos son testarudos». En Afganistán, nuestros soldados no están repartiendo madalenas y aspirinas. Se encuentran en medio de una guerra; carecen del equipo indispensable para hacer frente a los desafíos que se les plantean -sí, al parecer, es más urgente que Cataluña abra embajadas en el extranjero y pueda colocar al hermano de Carod Rovira en París o que financiemos a una organización gay de la remota África- y, para colmo de males, los aliados la están perdiendo. A diferencia de lo sucedido con Irak -donde cualquiera que supiera algo de estrategia era consciente de que se ganaría si existía voluntad de resistir hasta imponer el orden- en Afganistán resulta prácticamente imposible alzarse con una victoria real, en parte, porque es un territorio más que una nación y, en parte, porque para conseguir dominar la situación habría que trasladar el conflicto hasta las fronteras con Pakistán. Este último paso no desea darlo nadie, como tampoco nadie está acabando con los campos de cultivo de droga de Afganistán. La guerra, por lo tanto, se convierte en un conflicto desesperado en el que ni siquiera queda el consuelo de haber acabado con el burka. Ante una situación así, ZP y Carme Chacón deberían decir la verdad a los ciudadanos. O bien esta guerra es un disparate y nos vamos -mucho peor fue lo que se hizo al salir de Irak y lo siguen capitalizando- o, a pesar de todo, nos quedamos por solidaridad con nuestros aliados. No es lo que se hizo en Irak con muchas más razones, pero de todo se aprende. El problema es que ni ZP ni Carme Chacón están dispuestos a dejar de mentir contando que allí no hay guerra. Cuando, de repente, disparan sobre nuestras tropas e incluso tenemos bajas inmediatamente se busca alguna excusa absurda como ésa proferida por la ministra alegando que los atacantes eran bandidos o sea que no hay guerra. Pero como la mentira tiene las piernas muy cortas, al día siguiente de que la marfileña ministra dijera lo de los bandidos nuestras tropas sufrieron un ataque en toda regla que, por lo visto, es lo normal cuando te dedicas a repartir yogures en Asia. Sí, ciertamente, en Asia central hay bandidos, pero para España hay otros más peligrosos y a veces me pregunto si de ésos Carme Chacón no sabe mucho más que del conflicto en Afganistán.
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