Después de todo...
Déspues de todo, EMI va a editar digitalizada la completa discografía de los Beatles. La semana que viene. Después de todo, es lo que en estos tiempos tediosos, me alegra sin falla el día. Y lo único que aguardo. Con interés. Y es que, después de todo, a punto de torcer la esquina fatal de los sesenta, ¿qué puede, de verdad, haber tenido importancia? Pocas cosas. Ninguna de aquellas que, en tiempo presente, juzgué trascendentes. La política, que quienes como yo tuvieron dieciocho en el sesenta y ocho soñaron tablero sobre el cual el cual jugarse el mundo, mostró enseguida su verdadero rostro: mezquino ganapán de los peores, hipérbole de lo convencional. Antes de que la transición hubiera completado en España su ciclo, yo ya sabía que ese mundo era para despabilados incapaces de ganarse la vida en modo honesto. Algunos se hicieron bastante ricos; y, en igual medida, feos. También sus nombres decidí olvidarlos.
Déspues de todo, EMI va a editar digitalizada la completa discografía de los Beatles. La semana que viene. Después de todo, es lo que en estos tiempos tediosos, me alegra sin falla el día. Y lo único que aguardo. Con interés. Y es que, después de todo, a punto de torcer la esquina fatal de los sesenta, ¿qué puede, de verdad, haber tenido importancia? Pocas cosas. Ninguna de aquellas que, en tiempo presente, juzgué trascendentes. La política, que quienes como yo tuvieron dieciocho en el sesenta y ocho soñaron tablero sobre el cual el cual jugarse el mundo, mostró enseguida su verdadero rostro: mezquino ganapán de los peores, hipérbole de lo convencional. Antes de que la transición hubiera completado en España su ciclo, yo ya sabía que ese mundo era para despabilados incapaces de ganarse la vida en modo honesto. Algunos se hicieron bastante ricos; y, en igual medida, feos. También sus nombres decidí olvidarlos.
Después de todo, uno aprendió que nada salva. Salvo saberse funámbulo entre dos abismos, fórmula que es prodigioso hallazgo literario de un matemático enfermo de hace tres siglos. A ese juego de equilibrio en el alambre, lo llama Blaise Pascal entretenimiento. Y es lo único a lo cual los hombres no podrían renunciar sin ser borrados. Pocos filósofos ha producido la edad moderna de mayor hondura que ese orfebre de ruinas, que muere sin haber tenido tiempo de dar forma definitiva a nada. Después de todo, ¿qué nos queda del muchacho enfermo que fabrica la primera máquina calculadora y que escribe a Fermat aquello de que ni «usted ni yo» -«usted» y «yo» son dos de los más grandes matemáticos de todos los tiempos- daríamos un solo paso por un juego tan trivial como la aritmética? Queda la percepción abismal de que, en la escena cerrada del vivir mundano, no hay modo de ir tirando sin entretenerse.
Después de todo, ¿qué es lo que de verdad rompió la inercia de las cosas?, ¿qué es lo consiguió, por un momento, robar un lapso al reloj repetido de los días siempre iguales? Cada tiempo y cada hombre han tenido que rastrear ese refugio. Si es sincero, cada uno de nosotros confiesa, o se confiesa, que nunca estuvo ese paréntesis en las solemnes cosas a las cuales llamó importantes. De las grandes palabras -históricas, políticas, esdrújulas y sobreesdrújulas-, se me ha borrado todo. Recuerdo, sin embargo, con precisión intacta, la noche en que por primera vez escuché un disco de los Beatles. Era el inicio del sesenta y tres, y, por razones que no vienen a cuento, uno de los más negros inviernos de mi vida. Y, en aquellos tres minutos de una lengua que yo no conocía, supe que se podía suspender el curso del mundo y de la desdicha. Lo único por lo cual he sido transformado sin retorno fue por aquellas bellas naderías. Ni el Gran arte, ni la Gran literatura -a los cuales el curso de una vida aceptablemente excéntrica y la posesión de una aceptablemente buena biblioteca me enseñaron a despreciar aceptablemente- ponen en mí mucho más que una sonrisa ante el espejo de mi pedantería de otros tiempos. El gozo de haber vivido, lo deja en mi memoria un puñado de cristalinas nimiedades. Como hay que darles nombre, las llamo rock and roll. Aunque no es necesario que estén hechas de ruido todas ellas.
Guardo los vinilos. De los Beatles, de Burdon, los Stones, luego Morrison, Joplin, Clapton, Hendrix, Faithfull... Ni un átomo de Gran Cultura: ese espanto que, al fin, acaba por generar siempre identidad, retórica pesada y muerte. Divertissement tan sólo. Sin futuro. Lo único que, en ausencia de gestos ampulosos, nos hizo otros. Y nos distrajo, al fin. Después de todo.
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