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domingo, 11 de octubre de 2009

Jon Juaristi

Eibar

Dudaba si dedicar la columna al Nobel de Obama, pero nunca he sido crítico de espectáculos musicales, así que voy a comentar un libro recién aparecido que tendrá, previsiblemente, muy pocos lectores. Por varias razones: está escrito en vasco y trata de la juventud de una figura que vamos olvidando, el senador socialista Mario Onaindía (1948-2003). No es una hagiografía ni un libelo. Incluso diría que no se trata de una biografía. En Carlos esaten zioten gizona («El hombre al que llamaban Carlos»), Pedro Alberdi se vale de Onaindía como pretexto para recrear, desde la intrahistoria de su Eibar natal (la de Alberdi, no la de Onaindía, que creció allí pero nació en Lequeitio) un período clave de la historia española del siglo XX: los años del nacimiento y primeros pasos de ETA. Significativamente, la narración de Alberdi se interrumpe tras la detención masiva de los «liberados» de la organización en 1969. Antes, por tanto, del famoso consejo de guerra de Burgos en que Onaindía y cinco más fueron condenados a muerte (y posteriormente indultados).
Alberdi es un narrador frío, no un historiador profesional, aunque recurra con frecuencia al documento textual (a las memorias del propio Onaindía y de alguno de sus compañeros de entonces, a las publicaciones de ETA, a periódicos de la época) y, desde luego, a numerosos testimonios orales de sus paisanos eibarreses. El resultado es uno de los retratos más convincentes que conozco de una población española en el tránsito del franquismo al posfranquismo, sin las pretensiones edificantes ni los mantras maniqueos de alguna popular serie de televisión. Eibar no era el San Genaro de los Alcántara ni nada parecido, sino una pequeña ciudad industrial guipuzcoana donde medró, antes de la guerra, el socialismo -que desarrolló allí experiencias cooperativistas- y la primera en España que proclamó la República, el 14 de abril de 1931. Fue además el único núcleo urbano vasco, anterior a la guerra civil, en que el movimiento obrero tuvo un carácter autóctono. Los socialistas de Eibar hablaban en eusquera. Paradójicamente, esa autoctonía de la que los obreros y menestrales eibarreses alardeaban con orgullo blindó a la ciudad frente al nacionalismo vasco, que fue una rareza en ella hasta los años sesenta. Alberdi cuenta cómo Eibar comenzó a cambiar de identidad.
Y lo hace a través de Onaindía, su protagonista. Eibar, dice Alberdi, creció súbitamente en los cincuenta con la llegada en masa de familias de emigrantes procedentes del campo español. Los Onaindía, originarios de la Vizcaya rural -Alberdi lo subraya con un laconismo admirable-, fueron una de ellas. No menos emigrantes que las familias gallegas, castellanas o andaluzas. En una anomia favorecida por la despolitización obligatoria impuesta la dictadura, Eibar se convirtió en el principal laboratorio vasco (y, probablemente, de España) para la experimentación de utopías. El joven Onaindía probó una variada oferta de proyectos de este tipo -escuelas sociales, cooperativas comunistas de inspiración cristiana, etcétera-, hasta recalar en ETA, con diecinueve años, e iniciar, junto a otros de su edad, el salto trágico al terrorismo que catalizaría la reconstrucción del nacionalismo y desgarraría a la sociedad vasca durante la Transición. Como es sabido, Onaindía se puso al frente del desmantelamiento de la subcultura violenta del nacionalismo revolucionario y narró su trayectoria en unas memorias prolijas. Alberdi las ha descifrado para revelar, muy eficazmente, las claves intrahistóricas de la frustración de la democracia en el País Vasco.

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