¡CAMPEONES!!!!!!

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martes, 26 de enero de 2010

César Vidal

Vamos a contar mentiras

Hace apenas unos días ha regresado a las tablas «Vamos a contar mentiras», la comedia más representada de Alfonso Paso. Dado que hace algunos años la incluí en «El camino hacia la cultura» como una de las que hay que ver de manera obligada y que la dirección y producción han corrido a cargo de Mara Recatero y Gustavo Pérez Puig más de uno se imaginará que mi comentario será elogioso. Acierta porque a las dos circunstancias anteriores hay que añadir el buen hacer de Alberto Closas Jr. Y, «last but not least», las interpretaciones verdaderamente extraordinarias de Ramón Langa, Pepe Carabias y Elena Martín, acompañados por un elenco de «supporting actors», que dicen en Hollywood, entre los que destaca con luz propia Antonia Paso. El contemplar nuevamente esta función me ha llevado a reflexionar sobre lo mal que ha sido tratada la figura de Alfonso Paso. Mingote dibujó en los sesenta un chiste en el que un marido preguntaba a su esposa si prefería cine o Paso porque en aquellos momentos, tenía siete estrenos en cartel a la vez con carteles de «no hay localidades». Nunca se lo perdonaron. Buscar datos sobre Paso en la actualidad constituye una verdadera aventura y los que aparecen, por regla general, son denigratorios acusándolo de prolífico, autor fácil o identificado con el público del franquismo. Los citados calificativos ya dicen bastante de la miseria moral típicamente hispana de los que los esgrimen. Ningún francés señalaría que el hecho de que Balzac fuera prolífico lo convierte en un autor de segunda. Por el contrario, sólo ven en esa característica un signo de genialidad, como supo señalar, por ejemplo, Cela. Tampoco un americano o un británico llamarían autor fácil a alguien que supo escribir comedias jardielescas –como también lo hizo Victor Ruiz Iriarte– y modernistas para luego pasar a un estilo tan personal que nadie lo ha superado. En realidad, lo insoportable de Paso eran su maestría y su éxito. Recuerdo haber tenido un profesor –bastante aceptable por cierto– con el que discutí más de una vez porque odiaba a Paso. Tras un larga disputa sólo pudo dar dos argumentos para su aborrecimiento: Paso escribía mucho y triunfaba. Quedaba dicho todo. Lo cierto es que del teatro español del siglo XX sobrevivirá por encima de todo la comedia; que de entre sus autores, nadie ha igualado a Jardiel, Mihura o Paso y que de esos tres el más grande por cantidad y calidad es el tercero. Basta analizar el extraordinario arquitrabe escénico de «Vamos a contar mentiras» –si es que se puede sin parar de reír durante dos horas– para comprobar la mano de alguien dotado con el talento prodigioso de escribir comedias. Y es que la alta comedia es un género extraordinariamente difícil y basta comparar las que se estrenan en Madrid –algunas, por cierto, excelentes– para captar que ni siquiera las mejores procedentes de la pluma de algún autor consagrado de Broadway pueden compararse con la mayoría de las más de doscientas que dejó Paso. Convertir lo monumentalmente absurdo en verosímil, provocar las carcajadas sin una sola palabra gruesa ni un gesto de mal gusto, derrochar imaginación en personajes y situaciones es algo que sólo puede hacer el genio, ese genio que los envidiosos y los resentidos nunca pudieron soportar en Paso. Peor para ellos.

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