El último anuncio
En los segundos de agonía que precedieron al fallecimiento del año no ya «horribilis», sino «terrorificus», que hemos dejado atrás, la televisión pública española emitió su último anuncio. Alabado sea Dios. Se acabó aquello del no se marchen, que volvemos. Lo que no sé es cómo rellenará ahora ese tiempo vacío e indigesto de ofertas y ofertones, si con reportajes sobre el palo borracho o con programas de «tíos aburríos hablando», que es como Alba, mi joven amiga, llama a los debates y tertulias.
En el último anuncio comercial del año, MasterCard nos ha servido en bandeja, con comeuvas y todo, su tarjeta de crédito. Dadas las circunstancias, mejor habría hecho en ofrecernos una tarjeta de débito, o directamente de déficit, porque crédito, lo que es crédito, nos queda tanto como al propio Zapatero, que sigue empeñado en creerse y contarnos que esto remonta. Pero se ve que la empresa anunciadora es tan pudorosa como nuestro gobierno, y se niega a vernos bailar en pelotas, como en el vídeo de Arturo Valls. No seré yo quien lamente la pérdida. Qué bella ausencia, la de los cortes publicitarios. Adiós a esos mensajes a veces ingeniosos, pero exasperantes de puro insustanciales, que se te clavan en el cerebro como un tornillo, te empalagan de mitos, suspenses y deseos, y hacen del sueño una pesada escoba. El tiempo de cristal que nos ahorremos, podremos dedicárselo a la risa, al humor, al amor o a los quehaceres. O a saber cómo acaba «La señora». Nuestra sala de estar volverá a ser un templo, expulsados, al fin, los mercaderes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario