La perpetua
La cadena perpetua goza de gran popularidad en jurisprudencia influyentes como en la de la legislación estadounidense, y se nos está contagiando por la comisión de delitos aberrantes y, sobre todo, por razones de equívoco semántico. Incluso una bestia como Charles Mason, autor intelectual de la matanza de Sharon Tate y otros, es citado periódicamente para su evaluación, y continúa sin arrepentirse de haber enviado a eventrar a la esposa embarazada de ocho meses de Roman Polansky. Las familias de las víctimas se oponen a su vez a su excarcelación, y eso también es un hecho vinculante. Esto es una perpetua que deja las puertas abiertas a la reinserción. El objetivo de la pena no es la reinserción sino el castigo ejemplarizante. Luego en la cárcel, el delincuente bárbaro puede hacerse religioso, franciscano si le pete y / o lo siente, pero ello no lo alivia de cumplir su deuda social. Cuando hablamos de la cadena perpetua en España, nos estamos equivocando porque no se trata que asesinos de niñas o violadores contumaces, que no tienen cura ni remedio, se mueran en prisión, sino que cumplan veinte años ininterrumpidos sin fines de semana en libertad o acortamiento de sus penas por buena conducta y echar horas en la lavandería. Javier Arenas tiene razón pidiendo un debate sin complejos sobre «la perpetua» pero continúa sin explicarnos que entiende él por tal. Durante la Transición, cuando ETA asesinaba todos los días para romper la democracia y provocar al ejército, la cuestión se centraba en la pena de muerte, que además, está abolida en la Unión Europea. Ahora para entendernos hay que hablar de los veinte años y no de «la perpetua». «Galería de perpetuas que cantaba Pepa Flores. Pues eso.
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