¡CAMPEONES!!!!!!

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jueves, 28 de enero de 2010

Martín Prieto

El largo abrigo de visón de Ava

Frank Sinatra rodaba en la sierra madrileña «Orgullo y pasión» con Cary Grant y toda la tropa dormía en el Hotel Felipe II de San Lorenzo de El Escorial. Una noche, «la Voz» se sentó, melancólico, al piano y pidió un telefóno al camarero. Marcó un número, dejó descolgado el auricular sobre el tablero y comenzó a tocar y cantar una de sus maravillosas melodías ante el asombro de los presentes. Pasó el tiempo y Frank continuaba cantando al teléfono descolgado, enlazando una a una sus canciones hasta que, de pronto, se abrió la puerta del salón y apareció, bellísima, Ava Gardner, claramente desnuda, solamente cubierta por un largo abrigo de visón. Ella colgó el teléfono, cogió a Frank de la mano y subieron escaleras arriba hacia las habitaciones. Muy de mañana, Ava ya se había marchado y Sinatra bajó a desayunar con un ojo «a la funerala». Como no podían amarse, ambos se dedicaban a quererse a puñetazos, combate en el que «el animal más bello del mundo» era brava y también experta.
Ava había decidido vivir en Madrid y Frank odiaba España porque sabía de los amores de su ex con la torería de Mario Cabré y Luis Miguel Dominguín. Éste, tras pasar su primera noche con la actriz, se vistió al amanecer. Ava, somnolienta entre las sábanas, le preguntó: «¿Dónde vas?». El maestro le contestó. «¿A dónde voy a ir? A contarlo».
Ella tenía una piel satinada y un sensual interrogante en la comisura de los labios de un rostro perfecto. Era dipsómana, libre... y con furor uterino. Puso una nota de color en uno de los periodos más negros y profundos del franquismo, que lo toleraba todo por la publicidad que ello le reportaba. Estando muy enferma ya en Londres debido a un accidente cerebrovascular, Frank Sinatra ya casado penúltimamente con la actriz Mia Farrow, fletó desde Los Ángeles un avión para trasladar a la moribunda a un célebre hospital de Estados Unidos. Veinte años no son nada, y veinte años de su muerte son un oportuno aniversario para aquella mujer que siempre tuvo veinte años y sabía atender una llamada de teléfono de su amado.

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