Los gestos de Aznar
Quien más quien menos, muchos hemos compartido, más aún que apoyado la higa que Aznar dirigió a las crías fresquitas de fanáticos, que acabarían de terroristas si no fueran a colocarse de funcionarios: es lo que los pedagogos llaman socialización en valores de izquierdas. Aznar pasará a la historia, entre otras varias cosas, por algunos de sus gestos. Este de Oviedo refleja bien el hastío ante unos señoritos que juegan a la protesta y acusan de terrorista a quien estuvo a punto de morir en un atentado, sabiendo que nadie les va a tocar un pelo. En otros países habrían acabado en la comisaría. Aznar también ha hecho una higa a los comentarios de gente como Fernández de la Vega, que se permite dar lecciones a los periodistas, e incluso amenazarlos («¿Ha quedado claro?») para que no vuelvan a preguntar lo que no deben. Hay quien ha hecho referencia a la mala educación «castellana», como si la cultura catalana o catalanista, tan aficionada a la escatología, fuera el colmo del refinamiento. Vaya el gesto de Aznar dedicado también, por tanto, a quien presume de superioridad cultural, civilizatoria y estética cuando tiene más vergüenzas que tapar (¡ah, el sublime Millet!) que nadie. Se entiende que el gesto de Aznar haya suscitado tantas simpatías. Expresa con claridad meridiana el cansancio ante la mediocridad, el resentimiento y la grosería elevados a categoría política y cultural. Ya no estamos en los tiempos en que los españoles se tragaban esa miseria como si fuera el no va más del europeísmo y de la modernidad. Aquella época feliz terminó, aunque por el momento no se vislumbre otra: falta ver quién se atreve a hacer de la higa del presidente una política de verdad. Se empeñan en decir que a Aznar se le daba mal la comunicación. Como se ha demostrado de nuevo, la comunicación es de lo que mejor sabe hacer. Por eso sigue siendo necesario callarle.
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