Nuestra Semana Santa
En Semana Santa, tradición y actualidad combinan bien. Aunque las cosas han cambiado mucho, hay costumbres que han sobrevivido y siguen siendo atractivas. En Madrid, como en todas las ciudades españolas, siguen igual de concurridos, por ejemplo, los oficios de Jueves Santo. Incluso acude más gente, porque muchos madrileños de origen hispanoamericano se han sumado a estas devociones. También se sigue haciendo la visita a los monumentos donde se expone el Santísimo y los fieles continúan rezando ante ellos. Se celebran las mismas procesiones que hace muchos años, como la de Jesús el Pobre, el Silencio o el Cristo de Medinaceli. De hecho, hay más procesiones y son más largas. Las hay más escenográficas, como las que recorren el caso antiguo, y otras más austeras que pasan por barrios modernos. La intensidad es la misma, lo que demuestra que la celebración de los misterios católicos y la santificación del espacio público no dependen de la estética y son, en cierto sentido, intemporales. Probablemente hubo quien pensó que las celebraciones de la Semana Santa irían debilitándose con las nuevas costumbres, la apertura de espectáculos, de tiendas y de grandes almacenes. No ha sido así. La celebración religiosa convive con toda esta vida y en las calles se mezcla la grey devota, la aficionada a las procesiones, los turistas y los que tienen el día libre, que aprovechan los días de fiesta para sacar a los niños, pasear, ver escaparates (comprar, menos) y tomar algo. Las ciudades ya no aparecen despobladas, como hace mucho tiempo lo estaban en estas fechas, pero la actividad festiva ha dado a la Semana Santa más riqueza e incluso más relevancia. La fácil convivencia nos dice hasta qué punto se equivocan quienes tratan de excluir y negar, en vez de integrar. Una de las desgracias de nuestra historia es que las elites, en particular las que quieren gobernarnos, se suelen creer más adelantadas que la gente común y corriente. Casi siempre ha ocurrido al contrario pero así es como nos han sometido a experimentos dogmáticos e inútiles, que sólo han servido para volver a aprender, una y otra vez, lo que es obvio desde el principio de los tiempos.
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