¡CAMPEONES!!!!!!

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miércoles, 31 de marzo de 2010

Pedro G. Cuartango

TIEMPO RECOBRADO

Aquellos días de Semana Santa

La Semana Santa ya no es lo que era. Ahora es una festividad para irse de vacaciones lo más lejos posible y antes era un paréntesis en la actividad cotidiana de tres días durante los cuales todo estaba cerrado.

He de decir que añoro aquellas Semanas Santas de los años 60 y 70, cuando los cines y los bares cerraban y TVE emitía aquellos tostones en blanco y negro sobre la vida de Jesucristo. No había ningún sitio en el que refugiarse y uno quedaba a solas frente a su propia conciencia.

La Semana Santa empezaba propiamente el jueves por la tarde. Cuando era niño, mi madre hacía torrijas, me compraba una carraca y me llevaba a recorrer todas las iglesias de Miranda de Ebro, donde se tapaban las figuras de Cristo. Recuerdo que se celebraba un oficio a primera hora de la tarde del Viernes Santo en el que se conmemoraba el calvario del hijo de Dios y luego había una procesión en la que se rezaba el via crucis. Como yo era monaguillo por estudiar en la escuela parroquial, salía siempre con un capirote morado al lado de Don Lucas, el párroco de San Nicolás, que era el que llevaba la cruz.

El momento mágico de la Semana Santa era la chocolatada que organizaba la parroquia después de la procesión. Había churros, unos pasteles de nata que se llamaban 'falangistas' y zurracapote: clarete macerado con limón, frutas, azúcar y canela. Los tres curas, el sacristán, el maestro Don José María Suso y los alumnos de la escuela asistíamos a aquel ritual con el que nos querían agradecer -supongo yo- nuestro duro trabajo de monaguillo cuando la lengua ceremonial era todavía el latín.

A medianoche del sábado se celebraba un oficio en el que se apagaban las luces del templo y los sacerdotes daban la vuelta a la nave con velas. Recuerdo el embriagador olor del incienso mientras el oficiante bendecía con un hisopo a los fieles. Con la iglesia totalmente a oscuras, se encendía el cirio pascual -luz y fuego- que brillaba como una estrella en la noche.

La Pascua de Resurrección era un gran fiesta en la que se reunía toda la familia para comer cordero asado y se acostumbraba a estrenar algo, aunque fueran unos calcetines. A las cuatro de la tarde, como todos los domingos, hacíamos cola en la barandilla de la escalera de la iglesia para entrar en la cripta donde se ponía una película, muchas veces del Gordo y el Flaco, cuya entrada costaba tres pesetas. Creo haber oído en la infancia que en este lugar hubo un incendio en el que murieron una decena de personas.

Las Semanas Santas de Miranda siempre se han caracterizado por la lluvia y el frío e incluso he visto nevar esos días. La magia de aquellas fiestas no consistía más que en mascar pipas, aburrirse y dejarse llevar por aquellos ritos que tenían un extraño poder hipnótico. Ese mundo ha desaparecido para siempre, pero no puedo dejar de añorar aquella sensación de que el tiempo era eterno y Cristo, vuelto del más allá, era uno de los nuestros.

1 comentario:

  1. Me gusta mucho este periodista, que a veces acierta plenamente conmigo, quizás porque somos de la misma edad y compartimos un pasado de España común en las etapas de la vida. Echo de menos sus columnas en el Mundo que por lo que creo han desaparecido. ¿sabe alguien donde escribe actualmente?.

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