Florentino Portero

Mareando la perdiz

Cuando resultó a todos evidente que las negociaciones para poner fin al programa nuclear iraní estaban en vía muerta, las diplomacias francesa y rusa presentaron al alimón una propuesta imaginativa: olvidar el programa militar, centrarse en el civil y ofrecer la posibilidad de que el uranio apenas enriquecido fuera enviado a Rusia para su enriquecimiento al 20 por ciento, y luego a Francia donde sería colocado en dispositivos apropiados para poder ser utilizado.
No solucionaba lo fundamental, la posibilidad de que en un tiempo breve colocaran una cabeza nuclear sobre un misil de largo alcance, pero abría una vía interesante desde la que poder avanzar poco a poco en el marco del Consejo de Seguridad y de la Agencia Internacional para la Energía Atómica. Irán lo rechazó y eso dejó a europeos y norteamericanos ante la alternativa de atacar las instalaciones o seguir la vía de las sanciones a sabiendas de que Rusia y China descafeinarían cualquier iniciativa.
Cuando se acerca el momento de que el Consejo de Seguridad apruebe nuevas sanciones, Irán se ha sacado de la manga una medida que no resuelve nada, pero hace aún más difícil al Consejo llegar a un acuerdo. Enviar 1.200 kilogramos de uranio enriquecido a bajo nivel a Turquía es un absurdo. ¿Qué va a hacer Ankara con ello? No tiene tecnología apropiada para enriquecerlos. ¿Quién va a enviar de vuelta los 120 kilogramos de uranio enriquecido al 20 por ciento para uso civil?
Durante este tiempo Irán ha seguido procesando material radiactivo, y ahora la preocupación está concentrada en el programa militar. El tiempo de la iniciativa franco-rusa ya pasó. Ahora sólo queda saber quién en el Consejo de Seguridad está dispuesto a defender el régimen vigente, y quién optará por anteponer intereses nacionales aún a costa de quebrar el dique de contención de la proliferación nuclear.