¡CAMPEONES!!!!!!

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lunes, 3 de mayo de 2010

Gabriel Albiac

Balance

Cumplirás hoy sesenta. A esa edad nada hay ya que sea importante. Menos que nada, el recuerdo. ¿Proyectos? Ya ninguno que no dé risa. Ya ni siquiera risa; una sonrisa tan sólo de distancia. Déjalo estar. Todo lo viste; todo, ahora, lo sabes trivial porque has sobrevivido a todo. También a la letal inteligencia, cuyos traspiés son, con mucho, los más desastrosos en una vida de hombre. Ninguna cosa te atrae más en este mundo que el silencio de la Trapa. Pero no eres creyente. Ni rico. Habrás, pues, de perseverar en la maldición de lo mundano hasta el único acontecimiento que aún desconoces: el de extinguirte. «La muerte -decía el héroe favorito de tu infancia- debe de ser una gran aventura». Pero aquel héroe no envejecía: tal, su condena. La nuestra es la del griego que, en uno de los tan pocos prodigios conceptuales de la historia humana, escribe la inaccesible nada de la muerte: esa que «en nada nos concierne; pues cuando yo estoy no está ella; cuando ella está, no estoy yo». Y es eso lo más desasosegante. Y en eso cifra la imaginación humana la incertidumbre de empezar a ser viejo.
«Para enterrar a mi tiempo», escribe el septuagenario Chateaubriand que sobrevive. Arrogante como casi nadie en su siglo podría ser serlo, porque él ha hecho la historia y puede, dice, contarla. La historia: la grande. La pequeña, ésa la hemos hecho todos. Cada cual a su manera. Equivocándonos todos en distinta escala. Empecinados algunos -los pocos que aún me importan- en no ser envilecidos ni aun por sus más agrios errores. Nací en un país sombrío, tuve una sórdida infancia en la raya de la miseria que he decidido olvidar, y una adolescencia de la cual el agrado estaba exento. Son azares de la cronología. Nacer español en mil novecientos cincuenta es una herida que nadie se merece. Dejemos, pues, su arqueología a los historiadores de dentro de un par de siglos: para ellos, será cosa divertida. Para mí, sin más, no existen esos años. Nací en Madrid -no en España- y a los dieciocho; el día mismo en el que descubrí que no hay más vida que la vida clandestina y el desorden. Que vida clandestina y desorden exigen una sabia matemática en la cual está encerrado lo primordial: lo ético como lo estético. Todo lo demás no importa. Todo lo demás no habrá existido. Habrá sido tan sólo tiempo muerto. Pero eso, vida clandestina y desorden, son el lujo, el único que una vida de hombre puede inventarse. Nuestro tiempo nos los regaló. El precio que nos hiciera pagar, nunca será excesivo.
Veo a la estúpida gente que busca hacer ahora capital electoral de todo aquello. Gentes que nada saben de aquel lujo. Gentes que mienten memoria para ocultar, para ocultarse, lo más duro con lo cual cargar al final de la vida: la certeza testaruda de no haber hecho nada, de no haber vivido nada. Los que fuimos clandestinos comunistas en la España de final de los sesenta, sabemos un par de cosas: que no hubo en el antifranquismo de esos años ni un solo socialista; que todos los jerifaltes del PSOE puesto en pie con dinero de la CIA y de la socialdemocracia de Brandt en 1975, no es que no existieran, es que eran por aquellos años complices en distinto grado del franquismo; los jerifaltes socialistas de mi edad que no hayan llevado camisa azul, que levanten el dedo; el recuento será rápido.
Veo la estupidez en torno mío. Veo la farsa. Hoy cumpliré los sesenta. Me he equivocado, como corresponde a un hombre, en casi todo. Pero nunca aposté por los que ganan. No sé si es un consuelo... But I like it... Me gusta. Que suenen los Stones en esta memoria de un hombre viejo... A lo demás, pueden ir dándole.

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