¡CAMPEONES!!!!!!

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miércoles, 19 de mayo de 2010

GEES

Una espiral sin salida

En las últimas semanas el conflicto político de Tailandia, que lleva activo meses, si no años, ha evolucionado en unas revueltas de creciente carácter violento en donde el ejército ha tenido que salir a la calle para aplastar a los manifestantes conocidos como los "camisas rojas". Tailandia, que ha sido tradicionalmente el país más estable del sudeste asiático, se sume en un conflicto de difícil solución política mientras la tradicional figura del rey pierde su papel moderador. La falta de legitimidad de cada alternativa confiere una inmensa complejidad al conflicto.

Para comprender el problema tailandés es necesario remontarse al golpe de estado de 2006, en donde el ejército tailandés intervino para acabar con el mandato de Thaksin Shinawatra, el primer ministro electo. Se trató de un golpe de estado pacífico, motivado por la pérdida de confianza en Thaksin por parte del rey. Dada la veneración absoluta del pueblo tailandés por la figura real y su papel como árbitro de la política tailandesa, dicho golpe tuvo una nula contestación.

A Thaksin, uno de los mayores millonarios de toda Asia, dicho golpe le cogió por sorpresa en Nueva York, en plena cumbre de Naciones Unidas, y, tras fijar su exilio en Londres, se decidió a seguir participando en la política diaria del país. Sabedor del apoyo que despertaba en las clases más bajas por sus políticas populistas y nacionalistas que lo convierten en una mezcla de Hugo Chávez y Vladimir Putin a la tailandesa, Thaksin siguió financiando al movimiento que organizó en torno a su propia persona, el Partido del Poder para el Pueblo (PPP), y que le llevó al poder tras ganarse la confianza incondicional de las clases más desfavorecidas del medio rural del país. Ese es el origen de las camisas rojas.

Tras el golpe de estado se redactó una nueva constitución y se convocaron unas nuevas elecciones que ganó el partido de Thaksin, dirigido por un cuñado suyo. El Gobierno no duraría mucho, pues el primer ministro fue depuesto tras acusaciones de corrupción y fraude electoral. Con la mediación de la casa real, en 2008 se alcanzó un gobierno de coalición apoyándose en diputados que habían sido elegidos por las listas del PPP y en pequeños partidos minoritarios. Se trataba de la coalición anti Thaksin que hoy sigue en el poder.

La raíz del problema es pues la falta de legitimidad del actual primer ministro Abhisit a los ojos del movimiento pro Thaksin y, al mismo tiempo, la consideración del PPP como una plataforma radical, revolucionaria y populista por parte de la clase urbana que odia a Thaksin y que se niega a ceder a cualquier pretensión de los manifestantes por considerarlos ilegales. Precisamente esto último anula la que sería una medida lógica: la convocatoria de elecciones generales por la conflictividad que supone. Se alega que el PPP tiene causas por fraude electoral y corrupción y que, convocando las elecciones, el Gobierno actual cedería al chantaje de la violencia.

La posibilidad de una solución pacífica se alejó definitivamente cuando los manifestantes rojos concentrados en el centro de la ciudad vieron cómo era abatido el líder más carismático de las camisas rojas, Sawasdipol, en plena entrevista con un medio occidental. Ello desencadenó un conflicto de guerrilla urbana al intervenir el ejército y al negarse los manifestantes a abandonar el centro de la ciudad ante los sucesivos ultimátum del gobierno. La situación actual es de guerrilla urbana con decenas de muertos.

La figura del rey es la única capaz de acabar con las revueltas y amparar un clima de sosiego como ya hizo en los años 70 y 80. Por desgracia el rey Bhumibol tiene 82 años y, enfermo, se encuentra en un hospital sin realizar apariciones públicas y delegando en el poderoso consejo real, al que pertenecen varias e influyentes familias que durante siglos han dirigido la política del país. Es esta mini oligarquía el objeto de ira de los manifestantes rojos que piden cambios en la constitución y en la administración del país. Lo que es seguro es que el primogénito de Bhumibol no heredará la veneración incondicional de todos los tailandeses y que el consenso que despierta la monarquía se ha visto erosionado por una falta de compromiso y por una indecisión a la hora de atajar las revueltas.

Por otra parte, es errado plantear este conflicto en términos de lucha de clases o equipararlo a movimientos occidentales. La realidad es que en Tailandia no hay ni buenos ni malos; se trata de un conflicto que nace por un vacío de legitimidad de gobierno y el desafecto que ello conlleva en gran parte de la población. Las partes enfrentadas se niegan a negociar y el problema está lejos de solucionarse, pues aunque pueda ser reprimido el movimiento en Bangkok, el Gobierno lo tendrá mucho más difícil en otras regiones del país donde el populismo de Thaksin se aprovecha de las frustraciones y de las desigualdades sociales para recibir apoyos. Y en esto sí que es igual a figuras como Chávez o Mugabe.

Para Occidente, Tailandia es un país muy importante. Es junto con Filipinas el único aliado militar de la zona y hasta ahora su estabilidad y prosperidad eran un modelo para países como Camboya o Vietnam. La pérdida de la democracia y el camino hacia un régimen al estilo del existente en Birmania o Laos con una junta militar en el poder sería un fracaso rotundo para la causa de la democracia en esa región.

La conclusión más importante que podemos extraer es que la democracia precisa de instituciones fuertes y de un compromiso de respeto al Estado de derecho por parte de todas las partes. La degradación democrática comienza cuando desde los círculos reales se favorecen cambios de gobierno y cuando se constituyen plataformas personalistas en torno a candidatos multimillonarios que utilizan la figura de justiciero social.

Todas las opciones quedan abiertas y el futuro incierto en un país que se sume en la inestabilidad y el caos.

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