¡CAMPEONES!!!!!!

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martes, 11 de mayo de 2010

La bibliotecaria del infierno

La decisión de la ministra de Cultura de rebajar el rango de la Biblioteca Nacional para aliviar el peso de las cifras a costa del poso de las letras ha dejado al Gobierno con el pandero al aire y la oquedad de la sesera al descubierto. El discreto lector, cuya capacidad de pasmo hace ya muchas lunas que se encuentra en reserva, objetará que no es extraño que la idiocia y la audacia salgan a pasear cogidas del bracete puesto que, a fin de cuentas, la ignorancia siempre ha ido de consuno con el atrevimiento. Lo noticioso, sin embargo, no es que González-Sinde incurra en un delito de lesa inteligencia, sino que sea capaz de despertar las iras de los que van lanzados y de quienes ya están de vuelta. Que reconcilie a los voceros de una derecha en puntas que olfatea la presa y avizora el pesebre y a los corifeos de una intelectualidad zocata que intuye que es la hora de ejercer de ambidiestra. Lo cual, que, por tener la mente en blanco y el criterio en barbecho, la grácil peliculera ha metido el tacón en un agujero negro y la pata (de banco azul) hasta el inglete. ¿Cómo que hasta el inglete? ¿Y las ingles celestes? Corramos, si les place, un estúpido velo. Tan revuelto anda el mundo que el requiebro rijoso acaba de abismarse en un albañal patético.
Así pues, a lo nuestro. Es un secreto a coces que Ángeles González-Sinde aterrizó de sopetón en la poltrona de la casa de las siete chimeneas después de que Miguel Bosé, que era, en aquel entonces, la «coqueluche» de Rodríguez Zapatero, le diese la espantada por respuesta. Podría decirse, incluso, que la doña (Excelentísima, a partir de ese momento) se alzó con el trofeo por incomparecencia del rival antes que por sus indiscutibles prendas. ¿Prendas? ¡Menuda prenda!, objetará, de nuevo, el discreto lector, «mon semblable, mon fr_re». No obstante, resultaría injusto negarle cualquier virtud -al cabo, nadie es perfecto- y subrayar únicamente las taras que la ofenden. Pasen y vean, damas y caballeros. Hacer el trabajo sucio de la SGAE, ¿tiene o no tiene mérito? Condimentar la sopa boba de los cofrades de la Santa Ceja, servírsela en el plato y estar a la que salta cuando, además del cazo, pretenden meter el dedo, ¿es o no una manera de ganarse el cielo? Y en cuanto a lo de sacarse de la manga la censura on-line con el pretexto de acotar el mangoneo ¿hay o no hay que echarle un par, un trío si es preciso, o un cuarteto si procede?
El asunto de la Biblioteca Nacional, en cambio, es una quisicosa funcionarial y espesa, ayuna de glamour y con un tufo a Edad Media. La trama se asemeja a la de «El nombre de la rosa», con otro decorado y distintos intérpretes («Mutatis mutandi», o sea. La oculta latiniparla, pese a no ser locuaz, no se muerde la lengua). Quedamos, por lo tanto, en que los incunables son los bebés sin cuna, sin sustento y sin techo. El fruto amargo de ese terrible drama existencial al que Bibiana Aído quiere poner remedio. Que se los manden a Igualdad y problema resuelto. Siguiente punto: el Beato. Ni hablar del peluquín, el laicismo es lo primero. ¿De Liébana? Estupendo. Fijo que Pepe Bono conoce alguno de Albacete. ¿Manuscritos? ¡Qué antiguos! Dónde esté un buen I-Pad que se quiten las plumas y, a lo tonto modorro, ahorramos en plumeros. El nombre de la rosa. De la Rosa Regás, que aún nos cae cerca.
Borges, que imaginaba el paraíso bajo la especie de una biblioteca, ha hecho el equipaje y se ha mudado al infierno.

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