¡CAMPEONES!!!!!!

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lunes, 24 de enero de 2011

Antonio Burgos

El pinganillo

Cuando escucho la indignación general por los pinganillos del Senado, como lo de pinganillo me suena fatal, al ya-me-entiendes, me acuerdo de Miguel Boyer y de su aparato. Cuando Boyer era ministro de Hacienda y en una intervención desde el banco azul del Congreso de los Diputados no acertaba a conectar el micrófono, y Gregorio Peces Barba, a la sazón presidente de la Cámara, no sé si previa consulta a Isabel Preysler, advirtió:
—Parece que al señor Boyer no le funciona el aparato.
En el Senado, todos los aparatos les funcionan divinamente a sus señorías. Allí al aparato le dicen pinganillo. Con el dinero que nos cuestan, ya me contarás si los pinganillos de sus señorías vascongadas, sus señorías gallegas, sus señorías catalanas y sus señorías castellanohablantes están o no en perfecto estado de revista y policía. Mas por mucho que nos hayan costado, lo de pinganillo me sigue sonando fatal. Por algo la voz no está en el DRAE con este significado, sólo con el leonés de carámbano. Pinganillo, en otra acepción, es pequeño monte, de ahí el topónimo Loma del Pinganillo, en Tarifa, prima hermana de la sangrientamente famosa Loma del Pingarrón en la Batalla del Jarama. Y en otra acepción, pinganillo es «lo que cuelga», lo que pinga, pues el verbo pingar viene directamente del «pendere» latino, a través de «pendicare». O sea, que pinganillo es voz completamente fláccida y pendulona, salvo cuando se erige en la plenitud de su gloria.
Así pensaba también acerca de la palabra pinganillo un médico de la Beneficencia Provincial de Sevilla que estaba un día pasando consulta en el Real Hospital de San Lázaro cuando le tocó el turno a un humilde trabajador del campo que venía desde Utrera. El diálogo fue más o menos así. Entra el cateto, y el médico le dice:
—Buenos días, usted dirá qué le trae por aquí.
Y como entonces a los médicos se les daba el tratamiento de don y se les hablaba usted, y no se les partía la cara, el gañán, nervioso, retorciendo entre sus manos la gorrilla que se había quitado al entrar, le dijo:
—Pues ná, don Rafaé, que me he lesionado en el «pinganillo».
—Desnúdese completamente de cintura para abajo —le ordena tajante el médico. El bracero obedece y se baja pantalones y calzones blancos. Nuestro doctor, con las gafas del cerca en la punta de la nariz, inspecciona y examina cuidadosamente lo que el utrerano lleva colgando entre las piernas, lo toca, lo desencapucha y descapota, y concluye al punto:
—Pues usted no tiene nada malo por aquí, buen hombre.
A lo que el humilde campero, trabado por los pantalones en los tobillos y por el rubor del toqueteo, contesta:
—No, don Rafaé, si es que yo me he lesionado en El Pinganillo, en la finca de Don Salvador Guardiola Fantoni allí en Utrera, sí, en el Cortijo El Pinganillo, que es donde voy a echar jornales, pero lo que me duele es el hombro, doctor, si de la gurrina yo estoy superió...
Pues a mí con esto del pinganillo del Senado me pasa como al jornalero de la finca utrerana donde ahora mi condiscípulo jesuítico Jaime Guardiola Domínguez lleva la laureada Yeguada de la familia de los toros de El Toruño. A mí no me duele el pinganillo. A mí lo que me duele es el hombro. A todos nos duele el hombro de arrimarlo para pagar los impuestos que estos nolacos pocalachas dilapidan en paparruchas.

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