¡CAMPEONES!!!!!!

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miércoles, 5 de enero de 2011

David Gistau

La menudencia costumbrista

Como diría Anson, en Madrid no se habla de otra cosa, sino del desplazamiento social del tabaco y del tembleque de la mano que sostiene la taza de café. Va a ser por esto por lo que se cabree en serio la gente. En la tradición del motín de Esquilache, es la menudencia costumbrista lo que cataliza la ira del español sentado, de naturaleza tan gregaria para todo lo que concierne a asuntos de hondura política. Ya propuse el «Putas, nicotina y corridas de toros» como jaculatoria revolucionaria que más cerca puede dejarnos del «Libertad, igualdad y fraternidad», hasta donde nunca hemos llegado como pueblo a pesar de absolutismos infames.

Precisamente porque creo que el individuo es el contrapeso del Estado, y que detrás de esto hay toda una teoría de emancipación, lamento que, para reñir la Ley Antitabaco, se esté disparando al aire munición liberal. Que esté prohibido fumar en lugares públicos no nos convierte en Corea del Norte, ni señala el advenimiento de un régimen aplanador. A los que hablan por esto de libertades individuales agraviadas, habría que recordarles que son las leyes que los hombres se dan a sí mismos las que ordenan la convivencia, y que el Estado, con su «monopolio de la violencia» hobbesiano, es el garante de dichas leyes, ya que no pueden quedar encomendadas a la infalibilidad de la condición humana. ¿Supone un recorte de la libertad individual impedir que alguien haga uso de una pistola para matar a su vecino? ¿Lo supone evitar que un borracho irrumpa con su coche en el carril contrario y se estrelle contra una familia? La libertad está condicionada por la ley, en cualquier vida comunal, incluso en una manada de leones. Aceptado este principio, es el que se aplica al asunto del tabaco. Acaben los liberales con su sobreactuación. Lo único reprochable es el intento de Pajín de promover una sociedad de delatores: apáñese el Estado, señora.

Hace cincuenta años, los médicos fumaban mientras intervenían. Ahora sonaría aberrante, porque las costumbres evolucionan. Hace años, hasta divorciarse era escandaloso. En lo que respecta al tabaco, no somos cobayas de la ingeniería social de Zetapé. Somos -y lo somos en todo Occidente- una generación de encrucijada a la que le ha tocado hacer el esfuerzo de adaptación a nuevas costumbres evolutivas. Nuestros nietos verán en películas que fumábamos en las cafeterías, y les parecerá tan extraño como a nosotros hacerlo en un quirófano.

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