Moni, Moni
Doña Moni Oltra: ignoraba su existencia. Lo siento, pero es así. Y más grave e imperdonable aún. Tampoco sabía que usted fuera parlamentaria en las Cortes valencianas y portavoz de un partido denominado «Compromís». Mi traductor del valenciano al español me facilita el engorroso trabajo de acudir al diccionario, y me asegura que «compromís» no es otra cosa que «compromiso», por lo que le quedo muy agradecido. Por lo tanto, doña Moni, mi planteamiento es limpio y transparente, por cuanto nada ha existido en el pasado que haya influido en un desafecto hacia usted. He visitado Valencia en los últimos cinco años en una treintena de ocasiones, y nadie ha tenido el detalle de presentarnos. Quizá mejor, porque a mi edad resultan muy peligrosas las mujeres atractivas, y esa fotografía suya que publica LA RAZÓN con su carita de genio, sus gafitas, y su camiseta ceñida bellísima adornada por una figura de mujer con la hoz y el martillo -que coincide con su abultada mama izquierda- me obliga a intuir que, de haberla conocido, mis pasiones se habrían desbordado con la misma generosidad que sus michelines. Porque a uno, ya en el ocaso, le empiezan a gustar más las mujeres gorditas, entre otros motivos, porque resulta cómodo, cariñoso y efectivo aplicar el diminutivo de «gordi» en el coloquio previo o posterior al fuego primaveral. Pero hay algo que me habría tirado para atrás. No tolero a la gente grosera y malamente educada. Y usted, doña Moni, lo es. Se lo digo sin ningún «compromís» por mi parte. Usted ha acusado de «torturadores» a los antepasados ideológicos del Partido Popular, y eso, además de una falsa y miserable barbaridad, es una abyecta grosería. El Parlamento de Valencia no merece constituir el ámbito de semejantes palabras. Y usted, doña Moni, si desea que entre nosotros surja algo bonito, aunque efímero, está obligada a pedir perdón. No creo que haya nadie en el Partido Popular del viejo Reino que ose recordar lo que hacían los antepasados ideológicos de doña Moni, porque esto del «Compromís» me suena a disfraz local, y lo que realmente siente doña Moni es el símbolo estampado en su ceñida camisa. Y ahí, doña Moni, tiene usted todas las de perder, porque ningún movimiento mundial, ni aun el asqueroso nazismo, ha dominado mejor la tortura, la falta de libertad, la prisión y la muerte -y me extiendo por el mundo entero- que el comunismo. Pero como estamos en un tiempo de crispados resentimientos y los españoles tenemos la obligación de mirar hacia el futuro, no considero conveniente hurgar más en su inculto o desmemoriado despropósito, y sí darle ánimos, doña Moni, para que en sus ratos libres lea más de lo que ha leído hasta la fecha, que presumo ha sido muy poco. No obstante, y como me gusta ser positivo, achaco su grosería más a la ignorancia que a la perversidad, y tengo la esperanza de leer su rectificación. En caso contrario, doña Moni, olvídese de mí. Nuestras vidas seguirán ajenas la una de la otra, y cerrará definitivamente la puerta a la posibilidad de que le llame «gordi».
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