¡CAMPEONES!!!!!!

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lunes, 18 de mayo de 2009

José Mª Marco

Vuelta a los setenta

En nuestro país no había hasta hoy dificultad alguna para conseguir la llamada píldora del día después. Era necesario, eso sí, conseguir una receta médica, con o sin autorización de los padres, una medida de prudencia que al parecer seguirá vigente, aunque no se sabe cómo, en algunas comunidades. La decisión gubernamental nos equipara a países donde la pastilla se distribuye libremente, como Gran Bretaña. Allí la familia es menos estable que en España, y la solidaridad entre sus miembros está considerablemente más tasada. No sabemos si ése es el modelo de familia que le gustaría ver implantado aquí al Gobierno socialista. Bibiana Aído ha sentado doctrina, en este sentido, con unas declaraciones que trataban también el asunto del aborto libre. «En las familias donde se habla con naturalidad de la sexualidad y de la prevención con métodos anticonceptivos no tiene por qué haber problemas de estas características». Se trata por tanto de un proyecto entre social y pedagógico. La Transición llega por fin a la sexualidad en las familias, gobernadas en este asunto por el silencio clerical-autoritario. La idea de una familia en la que la sexualidad es tabú resulta, en la actualidad, una fantasía con objetivos ideológicos. Habrá familias donde se sigue el modelo de hace cuarenta años. Son las menos, en cualquier punto del espectro ideológico. Ahora bien, ¿qué le importa eso al Gobierno? Por otra parte, están los efectos secundarios, entre ellos el aumento de enfermedades de transmisión sexual, incluido el sida, y la posibilidad de que los varones jóvenes, siguiendo el modelo de emancipación gay de hace cuatro décadas, esquiven definitivamente cualquier responsabilidad. Todo el proyecto requiere la trivialización de la sexualidad, reducida a una práctica placentera y sin embargo convertida en una herramienta de emancipación. En esto, como en otras muchas cosas, estamos volviendo a los años setenta. Ya sabemos cómo terminó todo aquello, y muchos vivimos en primera persona ese desastre que nos vendieron como la última de las utopías. ¿De verdad hace falta repetirlo?

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