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lunes, 18 de mayo de 2009

Juan Velarde

En la cuarta etapa de nuestra producción rural

Acaba de celebrarse la fiesta de San Isidro y con ella se han vuelto los ojos a las zonas campesinas españolas. Es bueno en ese sentido considerar que en los último 250 años nuestra producción rural ha experimentado nada menos que cuatro planteamientos radicalmente diferentes.
El primero de ellos fue la que podríamos denominar agricultura del Antiguo Régimen. Sus rendimientos eran muy escasos. La Reconquista había creado, en zonas potencialmente ricas, como la cuenca del Guadalquivir, sobre todo tras la expulsión de los moriscos de ella decidida por Alfonso X el Sabio, grandes latifundios que expulsaban trabajo y capital. Desde el siglo XVIII, en primerísimo lugar con Campomanes y Jovellanos, se emprendió la tarea de alterar esta situación. La culminación llegará con Madoz en 1855, al inicio del bienio progresista. Su tesis sobre la «nobleza patriota» hizo posible que multitud de terratenientes ampliasen aun más sus latifundios.
Pero todo ese esfuerzo, iniciado en tiempo de Carlos IV y culminado con Isabel II, fue fundamental para crear la denominada esta segunda etapa, la de la «agricultura tradicional española». En ella, el aumento de las cosechas fue muy grande, y además, como explicó por primera vez Flores de Lemus en su famoso ensayo «Sobre una dirección fundamental de la agricultura española» y confirmó más adelante Manuel de Torres en una serie de trabajos, se inició un cambio fundamental unido al progreso de nuestra ganadería y de nuestra hortofruticultura. Por eso, el cereal rey deja de ser el trigo -alimentación humana- y pasa a ser la cebada, unida a la alimentación animal. Simultáneamente, la tensión social crece. Desde «la Mano Negra» a Casas Viejas o a las derivaciones de la Reforma Agraria, ese fenómeno acompaña a la agricultura tradicional. Todo queda alterado, y de ahí la tercera etapa, debido a la industrialización. La había intuido Petty y explicado Turgot y Ricardo: la industria y los servicios absorben con incrementos de productividad la mano de obra que la agricultura no puede soportar. Como señaló José Luis Ugarte, esto provocó en España el mayor movimiento migratorio interior de nuestra historia. La población activa en el sector rural cae a una velocidad que supera la que tuvo en la mayoría de los otros países industrializados. La función de demanda cambió con este proceso. Se piden al campo no bienes inferiores, sino productos ricos. Pero también la función de producción, con mucha mayor capitalización, consumo de energía y actividad empresarial, con lo que se supera, con ventaja, la escasez de brazos. Esto, observando los censos agrícolas, a partir del de 1962 exige una mayor dimensión en las explotaciones. Con ello comienza a disolverse la exigencia de una reforma agraria. Pero, de pronto, todo se alteró, a causa del ingreso de nuestra agricultura, desde 1986, en la Política Agrícola Común. Con ella, los ingresos de los campesinos crecieron y, como dice Benjamín García Sanz en su «Vara de Rey. Semblanza histórica de un pueblo rural» (Cuenca, 2008) «los agricultores se han convertido en un sector que no sólo mira al cielo, sino también a Bruselas», porque sus ingresos «dependen de lo que decidan los magnates de la política comunitaria».
Agreguemos el papel de los pensionistas que regresan a sus lugares de origen, lo que aumenta las rentas de estas zonas, generando en ellas una proliferación de actividades relacionadas con los servicios y con pequeñas industrias, y el que, con la mejoría de los transportes y comunicaciones, estas localidades pueden albergar, por su mayor baratura, poblaciones creciente, lo que frena radicalmente aquella emigración masiva. El paso del primer modelo al segundo llevó siglos; del segundo al tercero, sólo un siglo; del tercero al cuarto, una treintena de años, y en el cuarto estamos desde hace veintitrés y ya se adivinan cambios esenciales en el que no prometen nada favorable para nuestra producción rural futura. La lectura, mes tras mes, de las revistas «Vida Rural» y «Agricultura», en relación con esto, ciertamente que agobia. La flexibilidad del sector, pues, se va a poner a prueba.

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