La guerra que no se puede ganar
Comentaba yo en una de mis últimas columnas el bochornoso comportamiento de Carme Chacón y de su jefe de filas en torno a la guerra de Afganistán. A lo que entonces señalaba se añade una circunstancia de extraordinaria gravedad. No sólo es que nuestras tropas se encuentran en una guerra en Afganistán sino que, por añadidura, esa guerra no se puede ganar. Las razones para llegar a esa conclusión son varias, pero me limitaré a las tres más importantes. La primera es que los terroristas musulmanes cuentan con un santuario en Pakistán. Naturalmente, las tropas aliadas podrían entrar en ese santuario, pero están firmemente decididas a no hacerlo para no incomodar a un semi-aliado. La consecuencia – como en Corea o Vietnam– es que la guerra no se puede ganar. Jamás se vence en una guerra en la que el enemigo tiene un santuario que no se destruye y ésta no va a ser una excepción. La segunda razón es que Afganistán no es una nación sino un territorio. No existe una sociedad común, una estructura común y, si me apuran, una Historia común. Por lo tanto, cualquier intento de elevar un edificio social sobre lo que hay se reduce a lo semi-imposible. Se podría intentar acabar con esa situación, pero implicaría aceptar que las fuerzas aliadas se van a quedar décadas en el territorio como si fueran una administración colonial. No hace falta ser Napoleón para percatarse de que esa posibilidad no se puede siquiera plantear. Por esa razón, tras derrotar a los talibán fulminantemente, seguimos viendo por las calles afganas a muchachas vestidas con el infame burka o los terroristas han cortado impunemente las manos de no pocos de los votantes de hace unos días. A fin de cuentas, como en Vietnam, los aliados sólo controlan algunas ciudades y el resto del territorio está en manos de bárbaros diversos. No sólo eso. También como en Vietnam, creen que incrementando el número de tropas, pero limitándose a controlar ciertas zonas se puede conseguir un éxito. La tercera razón –que se oculta en los medios, pero que cuentan con fruición los veteranos de la guerra– es que el territorio de Afganistán se ha convertido en el primer cultivador de heroína de la tierra. Las ventas de droga en Afganistán no se realizan por gramos sino por un mínimo de diez kilos… que se vende a veinte dólares. En otras palabras, es más barato comprar una maleta de heroína que tomarse una cerveza. Las fuerzas aliadas arrasaron esos campos de cultivo al principio, pero, en estos momentos, los mantienen y es para pensar si no estamos asistiendo a una resurrección del «triángulo de oro» de Vietnam, esta vez en Asia central. Con estos mimbres, la guerra de Afganistán no se puede ganar. A lo sumo, podemos mantener allí tropas por un tiempo indefinido con un costo creciente en dinero y sangre. Ante una situación como ésa, el Gobierno de ZP tiene pocas salidas. Tras decir –aunque sea por una vez– la verdad, debería plantearse o la permanencia por solidaridad, pero a sabiendas de que no hay nada que hacer; o la retirada, por responsabilidad. Y es que si quiere de verdad ayudar a reconstruir una nación con expectativas de éxito la única opción que tiene es enviar a nuestras tropas de regreso a Irak.
No hay comentarios:
Publicar un comentario