¿Por qué no me das gas?
Chávez culminó su gira triunfal al Viejo Mundo alzando un libro en la mano. Al más puro estilo del australopiteco de Kubrick en la escena inicial de 2001 (que exhibía un hueso a guisa de garrote como salto a otro estadio de la inteligencia), el libro simboliza el paso de Chávez a un espacio escénico superior al de la televisión. Todos descendemos del mono, pero Chávezmás. No le importa bajar cuantos escalones sean necesarios al posar frente a una cámara. En plena Gran Vía, rodeado de una populosa guardia pretoriana, de unos cuantos curiosos y de un puñado de
detractores venezolanos sin sentido del humor, Chávez repitió el gesto dictatorial por antonomasia: el baño de multitud. Pero en lugar de alzar un niño –en gesto inequívoco de que el militroncho de turno conserva aunque sea un pedazo de humanidad– Chávez, el führer de la piña
colada, levantó un libro para asegurar que también guarda detrás de su amplio aparato fonador un resto de vida intelectual.
Al menos no agarró una novela de Larsson, sino un ensayo de Verdú: El capitalismo funeral. No es culpa de Verdú, pero sorprende ese rencor contra el capitalismo en un personaje cuyo crédito
se basa únicamente en el descubrimiento de pozos de petróleo y de gas natural. El último, anteayer mismo, fue a coincidir por pura casualidad con los abrazos de oso prodigados a Zapatero, al olvidadizo presidente de Repsol y al rey Juan Carlos, que portaba una campechana barba de pordiosero para recordarle a Chávez que si antes le mandó callar ahora sólo le dice:
«Dame algo». Amigo del alma de jeques árabes, macarras saudíes y otros ejemplares humanos por el estilo, el Borbón ya tardaba en incluir en su lista de colegas al mandamás venezolano, admirador de ETA y de las FARC. Sobre todo cuando en su país acaba de descubrirse un
yacimiento de gas equivalente a la ventosidad con que Chávez se cisca en la pluralidad de prensa, la oposición política y derechos humanos en general. Un honor estar incluidos en la gira
bolivariana, al lado de Rusia y de Irán. Para que no le falte nada en su viaje a la cultura, Chávez hasta viajó a Venecia para saludar a su Leni Riefensthal particular: Oliver Stone, un cineasta especializado en entrevistar momias y que sabe de cine casi tanto como de política. Una vez se permitió darle lecciones a Scorsese (lo cual es como si un pintor de brocha gorda restaurase
Las Meninas), pero para cagarla a Oliver le habría bastado compararse con Leni. No sólo tenía mejor ojo,mejores muslos y mejores películas, sino que también hizo de lameculos de un Führer sin necesidad de rodilleras ni de gárgaras con jabón.
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