José Mª Marco

La estrategia afgana

La estrategia que han seguido nuestras tropas en Afganistán estaba bien clara. Nos atacaban y nosotros nos defendíamos. Así ha ocurrido cuatro veces en estos últimos días. Como no estábamos en guerra, según nos decían, tampoco había enemigo. Por eso un mando del Ejército precisó que los últimos muertos por las tropas españolas no eran talibanes, sino bandidos o insurgentes. ¿Y qué diferencia hay entre un talibán y un insurgente? A efectos prácticos, ninguna. El matiz, en cambio, es importante: según el Ministerio de Defensa, quienes atacaron a nuestras tropas serían civiles, armados, sí, pero civiles. Eso a su vez negaba lo mantenido por la ministra Chacón cuando afirmó que es prioridad absoluta de nuestras tropas respetar la vida de esos mismos civiles. Si así fuera, las tropas españolas no deberían haber ofrecido resistencia a los no talibanes que… ¿las habían atacado? Las contradicciones empezaban a ser tan monumentales que no ha sido necesario rectificar. Además, tampoco es cuestión de dinamitar la relación con Estados Unidos. Como Zapatero resumió a un periódico norteamericano, estamos en Afganistán «para ayudar a Obama», es de suponer que a cambio de algo. La guerra de Afganistán es impopular en todo el mundo, tiene difícil salida y revela el cansancio de la opinión pública occidental –y en el fondo, de las democracias– ante la lucha contra el terrorismo internacional. El empecinamiento del Gobierno socialista en negar el conflicto ha sido la síntesis de una situación dramática, agravada por la trayectoria del propio Gobierno que ha atizado y explotado, irresponsablemente, la tendencia pacifista de la opinión. Ahora empieza a cambiar la doctrina, según ha explicado la ministra, y el Gobierno está dispuesto a mandar más tropas. En esto como en tantas otras cosas, el Gobierno socialista podría tener mejores aliados en el PP que en sus propias filas. No es el único caso, aunque todavía no se hayan sacado todas las conclusiones del cambio de estrategia.