¡CAMPEONES!!!!!!

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domingo, 4 de octubre de 2009

Alfonso USSÍA

Penetta

Cuando se alcanza la edad del primer otoño, hay noticias y fotografías que desarbolan al más pintado. Me ha sucedido con la tenista italiana Flavia Penetta, que, además de posar con un conjunto playero más que sugerente, nos ha contado sus intimidades. Lo más divertido, que hizo el amor en un avión. En realidad, lo más divertido es su justificación al hecho anteriormente reseñado: «Es que el vuelo era largo». La vida y la naturaleza son muy sabias. La ilusión que se reduce por causas invencibles a medida de que los años pasan se renueva con fantasías y esperanzas absurdas. No tengo intención, de momento, de volar hasta Nueva Zelanda. Reconociendo la belleza y el exotismo de nuestras antípodas, viajar hasta Nueva Zelanda me da bastante pereza. Pero si mañana me contratan para dar una conferencia con el título «Las rarezas del ave kiwi y su parecido con el cítrico del mismo nombre», acudiría al aeropuerto con una vaga esperanza. Encontrarme en el avión con Flavia Penetta, porque el vuelo es largo.
Esta chica tiene personalidad. No le gustan ni Federer ni Nadal. Le acaba de dar el pase a un tenista brasileño, dice que el jugador de tenis más guapo es el alemán Haas, que el ruso Safin le encanta, que hay muchas tenistas lesbianas, y que el amor de su vida ha sido Carlos Moyá, con quien se refociló en vestuarios, lechos, hierbas y cementos. Lo último me lo tiene que explicar durante el largo vuelo a Nueva Zelanda, si es que coincidimos. El cemento es superficie idónea para meter un «passing-shot», pero no un «polving-gol». Duro y nada flexible. Margotta Aughentaller-Bloknik, bávara ella, y esposa del extinto príncipe de la misma denominación, aprovechaba la afición a las musarañas de su marido haciendo el amor con Karl Marx en las escaleras de su palacio de Hassen. Una tarde, ambos rodaron por ellas. Margotta falleció desnucada y su amante Marx se puso a escribir «El Capital», que aún nos chincha. Y todo, por amarse en lugares extraños y sobre superficies claramente contraindicadas para la culminación de los orgasmíos. Se lo contaré a Flavia Penetta durante el largo vuelo a Nueva Zelanda, siempre que ella dispute un campeonato de tenis que coincida con la exposición de mi conferencia «Las rarezas del ave kiwi y su parecido con el cítrico del mismo nombre».
Pero lo cierto es que esta deportista italiana, simpática y vegetal, me ha animado las melancolías propias del otoño. El de los árboles y el mío, que me preocupa más. Una mujer como Flavia lo justifica todo. Ahora entiendo el motivo del bajón de forma y juego de Carlos Moyá. Uno, en su piel, no hubiera tenido fuerza ni para darle efecto, es decir, liftar, a la bola en el segundo saque. En mi cabeza se mueven figuras femeninas poco recomendables. Elena Salgado, la González-Sinde, Leire Pajín, la mamá de Leire Pajín, la baronesa Thyssen con la pala y demás criaturas de atención prescindible por el momento. Y de golpe y porrazo se me aparece esta Flavia Penetta y me cuenta lo de los viajes largos en avión. Entiendan que le dedique mi homilía dominical. Se lo merece. Lo que hay que hacer para no escribir de la Olimpiada perdida.

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