Trampantojos
El prestigio exterior de España ha sufrido varios descalabros en los últimos tiempos y conviene hacerse a la idea para evitar perspectivas ilusorias, que suelen conducir a errores de conducta. El más vistoso es el de los Juegos Olímpicos, que han defraudado a todos los que habían puesto su ilusión en la candidatura de Madrid. La ilusión tenía nombre y rostro: gente que trabaja en hoteles, restaurantes, taxistas, transportistas, servicios… Ocurre que el empeño era poco realista. Por muy grande que haya sido el esfuerzo y por positivo que haya resultado ya para la ciudad, era una candidatura inverosímil después de otros Juegos celebrados en Europa, amén de los de Invierno en Sochi (Rusia) en 2014. El argumento del alcalde acerca de la hispanidad de Madrid resultaba poco convincente. Los continentes no viajan y España no es europea a unas horas y americana a otras. Lo quijotesco no quita el artificio. El otro fracaso es más de fondo y tiene poco de quijotesco. Viene bien disimulado por el rally internacional de Rodríguez Zapatero y por su asidua asistencia al G-20, el grupo de naciones industrializadas y emergentes que ha sustituido al G-8 como foro de discusión internacional, sobre todo de los problemas económicos. Uno de los asientos del G-20 le corresponde a la Unión Europea y en los próximos meses lo ocupará España, es decir su presidente de Gobierno, en representación de la Unión. Eso le permitirá disimular más tiempo el fracaso. El caso es que a pesar de las fotos y la presidencia, España no forma ni va a formar parte del G-20. La acción exterior española no se abrió un hueco en el G-8, el club de los países más poderosos. Ni siquiera estará ya en este grupo ampliado cuya consolidación ha sido uno de los resultados políticos o mediáticos de la crisis. En el nuevo orden multilateral, el mismo en el que Rodríguez Zapatero ha puesto tanto empeño, falta España.
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