La broma Gürtel
Hoy por hoy, y de por sí, el «caso Gürtel» es irrelevante políticamente. El grado de corrupción que se conoce de él es el tolerable en cualquier democracia occidental. También existen los instrumentos capaces de acabar con ella una vez que ha salido a la luz. Ni es la metáfora o el reflejo de una situación española particularmente perversa, ni ha desvelado prácticas que no se den en cualquier país, incluidos los más supuestamente inmunes a la corrupción que podamos imaginar. Otra cosa es la gestión del caso, que sí tendrá efectos políticos, algunos muy graves. En primer lugar, está la utilización de los aparatos judiciales y policiales por el Gobierno socialista. A las filtraciones del sumario se han añadido ahora las escuchas de las conversaciones de los imputados con sus abogados. Todo esto es más grave que el «caso Gürtel», porque pone de relieve la corrupción del Estado, transformado en una máquina bien engrasada al servicio de los poderosos. La arbitrariedad no tiene grandes consecuencias, como sabemos bien, y ése es el segundo punto, justamente: la llamativa diferencia de trato que reciben el PP y otros partidos. La corrupción socialista en Madrid o en Andalucía pasa como un leve suspiro y apenas toca la opinión pública. Imagínese usted una Paula Chaves o un Félix Millet relacionados con el Partido Popular… Con esto se llega al último aspecto, en el que se combinan varios factores: medios de comunicación que publican dosieres como si fueran periodismo de investigación, el gen cainita y suicida de la derecha española, la capacidad de comunicación del PSOE y el autismo del PP, así como una falta de liderazgo claro entre los populares. De por sí, el «caso Gürtel» no hundirá las perspectivas electorales del PP. Todo lo demás impedirá que el PP despegue y supere esos tres o cuatro puntos de diferencia con el PSOE que, siendo muy importantes, se evaporan el día de la votación.
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