Los Reyes Católicos
Jorge Luis Borges me comentó un día: «Aborrezco a la Argentina». Tal es así que, sinténdose morir se fue a Ginebra, donde está enterrado, pero aunque pasa por un brillante escritor inglés, se nutre toda su obra de la argentinidad surrealista. El matrimonio Kirchner es una de las muestras de un cuento repetido, como el de Perón y Evita, otros dos que se odiaban. Primero fue Ernesto Kirchner, por mal nombre «El pingüino», dado que su carrera transcurrió en el profundo sur patagónico, Río Gallegos. Pasó el testigo a su esposa Cristina Fernández de Kirchner y en la Avenida Corrientes aparecían las fotografías de ambos hasta que un grafitero escribió bajo sus efigies: «Los Reyes Católicos del Río de la Plata». El encanto de Argentina es que allí se da de todo: la grandeza y la miseria, el latrocinio del Estado y la guerrilla urbana y rural. El país está quebrado, pero en Buenos Aires abre una sucursal «Tiffanys». No hay ley ni orden, pero siempre se mantienen las apariencias. La última ha sido la decisión de la presidenta Kirchner destituyendo al presidente del Banco Central por no permitir usar fondos de reserva y su reposición por una juez federal. Alfa y Omega.
Los Reyes Católicos del Río de la Plata perdieron estrepitosamente las últimas elecciones legislativas parciales, haciendo imposible que el marido pueda ser reelecto para un segundo mandato y ella, CFK, con su fiscalidad sobre el campo, está sumida en un agujero de impopularidad. Los dos están de los nervios y parece que ya ni se hablan entre ellos.
A la postre siempre fueron un matrimonio político. Han hecho que un país tan rico baje un poco más a la pobreza mientras su patrimonio es altísimo, se ha enriquecido. En la madrugada porteña los afanadores de cartones recorren la ciudad como en una Aurora Roja.
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