Dresde
El nazismo fue una aberración del socialismo nacional cuyo recordatorio sólo sirve para evitar que tales crímenes contra la Humanidad puedan volver a repetirse, pero los misterios de la Historia nos enseñan, desdichadamente que en ocasiones los asesinos tienen razones aunque no tengan la razón. Dresde conmemora el 65 aniversario de su destrucción por los aliados en medio de choques entre neonazis e izquierdistas. Es lógico que no se pueda olvidar aquella barbaridad inútil.
El mariscal del Aire británico Harris dijo que a la «fortaleza europea se le había olvidado poner un techo», y sus pequeños bombarderos mosquito, con fuselaje de madera, bombardearán el Reich desde primera hora del conflicto, volando sólo de noche. De día le sucedió el general americano Curtis Le May, por mal nombre «Pantalones de acero» que con sus fortalezas volantes arrasó las ciudades alemanas. El Rhur y otras zonas industriales estaban tan protegidas por la «Flack» (artillería antiaérea) que el ministro de armamento nazi Albert Speer, el arquitecto favorito de Adolf Hitler condenado en Nuremberg a veinte años, pudo presumir que Alemania al final de la guerra producía más armamento que al comienzo de la misma.
Dresde era una ciudad desmilitarizada y abarrotada de refugiados del Este. Dos oleadas británicas incendiaron a la ciudad provocando una tormenta de fuego y por la mañana, la aviación americana aplastó los escombros. Da igual si en un día murieron 20.000 o 50.000 alemanes civiles. No era un objetivo bélico y una semana después, el Almirante Doenitz rendía el III Reich a los aliados. Dresde fue el precursor de Hiroshima y Nagasaki, pero sin justificación. Los neonazis carecen de razón pero tienen recuerdos atrabiliariamente razonables.
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