¡CAMPEONES!!!!!!

¡CAMPEONES!!!!!!

lunes, 8 de marzo de 2010

David Guistau

Corazón devorado

Ver seguidos, en la tele, los partidos de Real Madrid y Barcelona solía constituir, para los hinchas blancos, una tortura de párpados pegados con celo, como en la reprogramación de Álex en La naranja mecánica. Era como ser Benny Hill con tutú y tener que salir a bailar después de Baryshnikov. Eso ha cambiado, en un ambiente general de inversión de valores. El de Almería volvió a ser un Barsa con cierta fatiga de los materiales, como si fuera perdiendo pedazos al ingresar en la atmósfera después de un año en otras dimensiones. Conserva ese microclima de motín y burla que es Messi. Pero la antaño vertiginosa circulación de la pelota recuerda ahora a una vieja intentando subir por una escalera mecánica que baja. Son muchas las jugadas en las que los virtuosos a los que tenemos encomendado el medio campo del Mundial parecen incapaces de armar un mueble de Ikea ni estudiando todos juntos el plano. Hay un aire de frustración que adquiere un matiz violento en la bronca perpetua y las agresiones de Ibrahimovic, quien sale al campo animado por un aforismo de Homer Simpson: «Lo que no comprendo, lo rompo». Es pronto para declararlo extinguido, pues aún deja detallazos de desborde y combinación, y puede hasta resucitar en Chamartín. Pero la sensación actual es que agotó todos los deseos concedidos por el genio de la lámpara. Xavi dijo hace algún tiempo, a cuento del conflicto arbitral, que los cinco puntos de ventaja «ponían de los nervios en la capital». Y bueno. Mira cómo tiembla Madrid, aupada ya al liderazgo. Por el contrario, el Real Madrid cabalga por la Balaclava de Tennyson, con esa furia lineal que no se demora en el gesto ni se entretiene en el adorno, sino que se abate sobre el área para ganar por electrocución del rival. Un cable de alta tensión suelto, el Madrí: no mearle encima ni un solo gol, aunque lo regale Casillas, que lleva ya algunos partidos esta temporada ensayando la cagada que nos sacará del Mundial. Que se deje de apostar coitos y vuelva a ser nada menos que un portero de fútbol centrado en lo suyo. La victoria contra el Sevilla, de las recientes, es la que más vale como síntoma de porvenir, pues ocurrió contra un equipazo. De hecho, y esto fue lo único preocupante de cara a las fechas decisivas que están a punto de llegar, el Real Madrid salió extrañamente intimidado, replegado, sin querer saber nada ni de la posesión de la pelota ni de la ocupación arrogante del terreno rival para jugar cerca del área, allí donde Cristiano e Higuaín empalan lo que se ofrezca. Semejante encogimiento acaso sea un rescoldo de carácter de cuando Pellegrini entrenaba equipos con motivos para sentirse inferiores cuando jugaban según contra quién. El entrenador compensó con los cambios y con un toque de zafarrancho de remontada que liberó al Real Madrid de la contención táctica para que pudiera derramarse en el aluvión épico que lo vincula con lo más glorioso de su identidad. El equipo descosido y feroz, el de los minutos molto longos que no se da por muerto ni aun cuando ya le han clavado la tapa del ataúd. Con ese Madrí palpita el Bernabéu, que gusta de los platos fuertes antes que de los canapés del toquecito. Y por eso el partido terminó con una fusión anímica de jugadores y grada que debiera ser el punto de apoyo sobre el cual mover al Lyón y a lo que venga después. Ésa es la temperatura, con la que no conecta Kaká, perdido como si le fallara la traducción simultánea, pero sí el Guti redivivo que da pases como cargas explosivas en una caja fuerte y ese Sergio Ramos agreste y profundo que vuelve a recordar, a tiempo de Suráfrica, a un indio de Apocalypto que se hubiera comido el corazón de un enemigo. ¿Devoró el Madrí el corazón del Barsa?

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