¡CAMPEONES!!!!!!

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viernes, 19 de marzo de 2010

David Torres

El comandante aún tiene quien le escriba

Si una madre de un preso político en Argentina es un trasunto de la 'Pietá', la misma madre en Cuba resulta una molestia, un manchurrón posmoderno. Si la religión es el opio del pueblo, el comunismo es la fe del revolucionario, un sucedáneo del único credo con sus mandamientos y axiomas ('El Capital'), sus profetas bautismales (Marx y Engels), su culto al líder de la secta, sus cuerpos incorruptos (Lenin, Mao, Dimitrov), sus santos y sus mártires (Che Guevara), sus milagros y un apocalipsis trascendido en el final de la lucha de clases y el paraíso trasplantado a la tierra por los siglos de los siglos. Luego esas mujeres sobran. Hay que quemarlas, como a las brujas en la Edad Media.

De los pobres será el reino de los cielos. Y para que conste, en vez de eliminar la pobreza, se elimina a los ricos y a las clases medias, cuyo patrimonio pasa a engrosar las arcas sacerdotales del Partido. El resultado, pomposo y escatológico, es un 'Juicio Final' sin trompetas, un lodazal de mierda y de burócratas como el que inundó las calles de Moscú, Tirana o Varsovia, como el que hoy apesta las calles de La Habana y cuya gloria puede cantarse con la letra de aquel himno chusco de Les Luthiers: "Nuestro pueblo tenía hambre y no había libertad, y aunque aún tengamos hambre, no tenemos libertad". Cuba, que empezó siendo la hermosa esperanza de la izquierda latinoamericana ha terminado siendo la enésima reencarnación de Banania.

Una lástima por lo que pudo ser y no fue, por lo que Cuba simbolizaba en esos años en que los estados fallidos iban petando de un lado a otro del continente. Ya lo escribió García Márquez en 'Cien años de soledad', un título que, dada la longevidad del gran zar isleño, puede quedarse corto. El ardor revolucionario se volvió úlcera, las barbas echaron canas. El coronel Aureliano Buendía se erigió en un mesías enloquecido, un militar paranoico que llegaba a un campamento, se rodeaba de un círculo de tiza que nadie podía traspasar y fusilaba a todo dios. Cuando le tocó el turno a su mejor amigo, Prudencio Aguilar ("no te fusilo yo, compadre, te fusila la revolución"), únicamente la madre de Aureliano supo pararle los pies. En la teología comunista falta la figura de la Virgen, pero probablemente la madre de Aureliano iba de blanco, como las valientes Damas de La Habana.

Al contrario que la teología, la gran literatura siempre es verdad. Ojalá lo sea, para que las islas condenadas a cien años de soledad tengan una segunda oportunidad sobre la Tierra.

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