DESDE MI BUHARDILLA
Estado terminal
Estado terminal
Aprovechando la llegada de la primavera, y la ya no tan dudosa luz del día, viajaré en breve a Madrid. Llegaré a la T 4 a media mañana y me encontraré muchas cosas: esas vigas camaleónicas que van tomando a tu paso, como el cielo, el color del momento, una interminable sucesión de comercios vacíos, al final las maletas, por las que Iberia piensa cobrarnos como si fueran hijos, y una inevitable sensación de «déjà vu». Pero esta vez me encontraré también con una acampada. Personas que están, económicamente, en estado terminal.
Cuando aterricé en Dakar, hace ya muchos años, me impresionó ver a una nube de tullidos recibiendo a los turistas para mostrarles sus muñones. Lo hacían sin añadir palabra -«no comment»-, como si la realidad, pintándose a sí misma, no fuera rotulable. Venías de otras arenas del planeta y ellos sólo esperaban, se diría, que al menos entendieras que la vida es distinta en según qué lugar del mismo río. Si pedían limosna, lo hacían de una manera tan furiosa que se te atragantaban las monedas. En Barajas, mañana, pasaré por delante de cartones y trapos, y muy probablemente desviaré la mirada. Pensaré que es absurdo que en un país antaño acomodado parezca, un aeropuerto, no sé si un lazareto de emergencia o un campo estructural de refugiados.
Y como aquí no ha habido un terremoto, ni un ciclón, ni un congreso de huracanes, ni siquiera un tsunami al que hacerle una foto, me digo que hay culpables con nombres y apellidos de este monumental desaguisado. Y me pregunto dónde se ha metido y para qué queremos un Estado.
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