VIDAS PARALELAS
Delibes / Machado: Elogio de Castilla
No se me ocurre mejor descripción de Delibes que la que Machado hizo de sí mismo en Campos de Castilla: "Ni un seductor Mañara, ni un Bradomin he sido, ya conocéis mi torpe aliño indumentario...".
Nadie como ellos ha sabido captar esa mística del paisaje castellano que refleja el alma de sus hombres y mujeres, curtida por los fríos de invierno y los secos calores del verano.
Machado y Delibes retratan a Castilla, pero no embellecen su rostro. Ahí quedan las ruines miserias de los Alvargonzález que se matan por la tierra o la crudeza de la vida en los pueblos en Viejas historias de Castilla la Vieja.
Uno y otro eran dos pesimistas activos, dos hombres tristes que vivían de prestado, casi de paso, en un reflexivo repudio de las vanidades terrenales, como si este mundo no fuera el suyo.
Visité la tumba de Machado en Collioure en 1975 y quede sobrecogido por su austeridad. Emocionado por la desolación del lugar, deposité unas flores sobre la losa en la que estaba escrito su nombre y el de Ana Ruiz, su madre.
Delibes ha tenido la suerte de morir en su casa y con el reconocimiento que merecía, pero él mismo comentaba que, desde el fallecimiento de su esposa y sus problemas de salud, la vida se le había acabado.
Le vi una vez, hace 40 años. Yo estaba pescando cangrejos con mi padre cerca de Sedano y él estaba por allí cazando perdices, la gran pasión de su existencia.
Delibes era austero, parco en palabras, solitario a pesar de ser padre de una familia numerosa y tenía un acendrado sentido de la dignidad –casi diría del honor - que le llevó a dimitir como director de El Norte de Castilla porque Fraga le había impuesto un comisario político.
Machado también se tuvo que ir al exilio y murió más pobre que las ratas, vencido pero no humillado en una pensión que no miraba al Duero sino al Mediterráneo. Creo que Delibes y Machado tenían algo de quijotesco que forma parte del carácter castellano que llevamos en la sangre los nacidos en esta tierra.
No somos gente manejable ni amable ni seductora, pero sí de palabra. Solemos ser duros, secos y a veces inflexibles. No nos gusta arrodillarnos ante nadie. Comemos carne y bebemos vinos recios. Somos señores de nuestras propias miserias, pero jamás vasallos de las de otros.
Delibes era uno de los nuestros, el mejor de todos nosotros. Descanse bajo un ciprés este buen castellano viejo que ha emprendido el último viaje «ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar».
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