A DIESTRA Y SINIESTRA
Nostalgia del UHF
Gracias a la labor infatigable de Milá, Mariñas, Kiko, María Teresa Campos y otros antropoides de los que no quiero acordarme, el electrodoméstico destinado a presidir el salón le está haciendo la competencia al retrete. Acaba de estrenarse la flamante TDT y es como si acabaran de inaugurar una máquina para aburrir ovejas. Salvo algunas películas, algunos documentales y unas cuantas teleseries, lo mejor de la televisión actual es el botón de apagado. Antes cambiábamos de canal para evitar los anuncios; ahora saltamos de canal en canal acojonados, buscando los anuncios para ver si borramos la jeta aterradora y cubista de Belén Esteban. Quién iba a decirnos que íbamos a echar de menos el UHF.
Lem dijo, refiriéndose a internet y el espejismo de su variedad casi infinita, que sólo un niño se entusiasmaría con una montaña de chocolate. Sin embargo, no cayó en el atractivo infantil del excremento ni en la manera en que los telespectadores pueden convertirse en críos hozando sin cesar en un verdadero Himalaya de mierda. Hay una bazofia llamada (lo único cierto del programa es su nombre) Sálvame que ocupa más de un día de programación completa: ni el doctor Mengele se hubiera atrevido a tanto.
En una de sus películas, Buñuel imaginó un mundo donde la gente se reunía para defecar: se bajaban faldas y pantalones, se sentaban alrededor de una mesa y departían tranquilamente mientras la naturaleza iba a lo suyo. De repente, uno de los comensales levantaba la mano, avergonzado, y le preguntaba en un susurro a la criada dónde estaba el comedor. Se retiraba discretamente y entraba en un cuartucho donde cortaba apresuradamente rodajas de salchichón que engullía a toda prisa. Un toquecito en la puerta bastaba para que el hombre musitara, casi atragantándose: "¡Ocupado!".
Esta inversión imposible entre el zurullo y el salchichón es lo que nos ofrece minuto a minuto la tele actual. Llega a conocer Buñuel a la Milá y filma una franquicia del Bulli con una carta de papel higiénico.
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