Referéndum de fogueo
SANT CUGAT DEL VALLÈS.
Mediodía. Un pueblo como de Hansel y Gretel, siempre que Hansel y Gretel atraviesen todas las mañanas el túnel de Vallvidrera en un Q5 para trabajar en Barcelona. Lamañana se rompe en aguacero. El viento agita los toldos de las tiendas de las que sale un aroma a pan y café, a periódicos aún frescos. Cinco personas, una de ellas con acento argentino, ignoran dónde hay uno de esos simulacros de colegio electoral diseminados en más de 160 pueblos catalanes, 22 de ellos gobernados por el PSC. Almenos en Sant Cugat, el referéndum ha aventado un ambiente que cabe en la famosa frase de Ruano: «Un entusiasmo descriptible». Por fin aparece un colegio electoral. En Can Cadena, cerca de la estación. Es un casal monísimo, bizcochoso, con un jardín de flora prolijamente etiquetada: lavándula, olivo, dimofoteca... Está cerca de una ermita con leves sugerencias románicas donde se oficia misa, por lo que la cola de apenas una docena de personas en el colegio electoral se antoja la de la comunión: tomad y votad todos de mí, la deidad nacionalista, el referéndum tronante. La gente es encantadora, de la que habría avivado en el Pijoaparte cierto complejo barrial. Van a votar unidas tres generaciones, con perros de raza cara de cuidados, en los que casi puede apreciarse la marca del cepillo y de la buena alimentación.Del voto se va al vermú. No percibo el fervor de la inminencia de un destino manifiesto. Más bien la desganada lealtad a la convocatoria de quien, como dijo Voltaire del Quijote, «inventa pasiones para ejercitarse»: el referéndum de fogueo. COLLSEROLA. Dos de la tarde. En el merendero de la ermita de la Santa Creu d’ Olorda, cerca de Molins. El lugar obliga amedia hora de conducción por una carretera de montaña. Lo ha elegido Ciutadans para su contraprogramación del referéndum: la butifarrada burlesca, con los pinches tocados con la barretina. Albert Rivera confiesa pavor a que cualquiermovilización mal planteada de su partido pudiera servir como pretexto para compararlo con la algarada de Ynestrillas: «La propaganda haría cualquier cosa con tal de neutralizarnos como opción para los castellanohablantes decepcionados con el PSC». Por eso se han ido lejos, a una cumbre de entorno boscoso en la que hace mucho frío. De alguna forma, les esperaban: las mesas del merendero están llenas de pintadas, de las que lamás reproducible es: «Ciutadans espanyolistas» sobre una bandera nacional tachada. Entre la distancia y la sensación de acoso, Collserola casi se antoja una suerte deMasada en la que encuentra su último refugio la vieja izquierda catalana que, irreductible, aún se resiste a la abducción del nacionalismo de la que dependen los equilibrios de poder del PSC. Por eso, los socialistas, o han consentido de forma tácita las consultas, o, en dos decenas de municipios, directamente las han convocado, en parte por culpa de alcaldes doblegados por el dogma para ganar puntos de reelección. Los simpatizantes de Ciutadans comentan que, entre los inmigrantes, se propagó el rumor de que votar favorecía el certificado de arraigo. Aunasí, y a pesar de haber establecido la edad mínima en los 16 para atraerse a la juventudmás revoltosa, la participación aún es baja. Todas estas consideraciones quedan interrumpidas cuando se declara una brecha enMasada. Una estelada aparece de pronto colgada de una de las barandillas de la terraza del merendero. Los de Ciutadans, como dicen en las películas americanas, «esperaban compañía». Una docena o así de radicales catalanistas es evacuada a empellones por la dotación de Mossos. El viento esparce olor a butifarra. VILAFRANCA DEL PENEDÈS. Pasadas las cuatro de la tarde. La carretera atraviesa vides como pequeños muñones. Domingazo de persianas echadas. Cae la oscuridad. Las calles están vacías, y los únicos comercios abiertos son un bufé libre chino y el de un ecuatoriano que vende kebabs. Tampoco aquí se está ejercitando la pasión por un advenimiento patriota, así sea uno recreativo. Lo lógico era que el sucedáneo de referéndummovilizara todo el voto independentista para el ensayo general con todo,mientras que el no independentista preferiría quedarse en casa en vez de hacer el chorra un domingo. Así, el porcentaje de participación podría aventurarse como reflejo de los independentistas. Y, a falta de los datos oficiales, la intuición dice que no será muy grande. Por fin encuentro un chaval con las orejas anilladas, con un vago aire skinado, que lleva en el pecho una pegatina amarilla alentando a votar. Me orienta para encontrar un colegio electoral con cierto entusiasmo, como si llevara todo el día esperando al que trae las tijeras para cortar la cinta de inauguración. El colegio me confirma la tristeza de esta tarde del Penedès con aguacero: el colegio está ubicado en la calle Germanor, en un despachito ajado con un rótulo: «Iniciatives i Serveis». Los que están sentados dentro tamborilean la mesa con los dedos, como preguntándose por qué tarda en llegar la masa de redentores de la patria. Una estelada cuelga del balcón. La puerta está enmarcada por adornos navideños. Parecen un Belén: no falta sino el burro catalán, opositor del toro de Osborne, entibiando con su aliento los sueños de independencia.
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