El nicho sindical
Desde septiembre de 2007, han desaparecido casi 130 mil empresas inscritas en la Seguridad Social. En octubre había 1,29 millones de empresas, el más bajo, según el boletín «Avance del Mercado Laboral» de Afi/AGETT, desde febrero de 2005. Las empresas que cierran son por lo fundamental pequeñas y medianas, y del total de empleos perdidos un 64,2 por ciento vienen causados por el cierre de las pymes. Los datos, sangrantes de por sí, permiten contrastar la realidad con lo ocurrido en la manifestación de los funcionarios sindicales, acompañados tal vez de algún empleado (no sé por qué los asalariados por cuenta ajena monopolizan el nombre de trabajadores, que conviene por lo menos igual a los autónomos y a los empresarios). Quizá la retórica sindicalista pueda entenderse en las empresas grandes, donde los empleados parecen alejados de quienes toman las decisiones que les afectan. En las empresas pequeñas y medianas, donde el empresario arriesga su dinero y su puesto de trabajo, esto no existe. El concepto de clase, que intenta revitalizar la famélica legión que se paseó por Madrid el sábado para luego irse a merendar, no se aplica aquí. Cuando en la oficina, en la tienda o en el taller hay uno o dos o cinco empleados, además del empresario, compartiendo día a día el esfuerzo para salir adelante, tampoco hay lucha de clases que valga. Cabe preguntarse incluso si el empeño de los sindicatos por culpar de la crisis a los empresarios y salvar la cara al Gobierno no es también interés en introducir en estas empresas, donde las relaciones son personales, un matiz político que dificulta la solidaridad, el esfuerzo compartido y por tanto la capacidad para capear la crisis. Parece que los sindicatos se manifiestan con la intención de destruir empleo y multiplicar los cadáveres. Es su nicho de mercado, aquello de lo que viven. Dicho de otro modo, para eso, para inocular ese veneno, se les subvenciona.
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