El problema del Índico
La economía española tiene que buscar, casi con un amago de desesperación, la mejoría de su competitividad. El motivo es obvio. En 1998 nuestra nación, forzosamente además, optó por adoptar un conjunto de medidas duras para ingresar en un área monetaria muy exigente: la del euro. Pero estas áreas monetarias son óptimas cuando la productividad total de los factores crece de tal modo que las exigencias de un alto tipo de cambio de su moneda, en este caso el euro, son ampliamente superadas. En otro caso, comienza para sus miembros el llanto y crujir de dientes. Tras lo sucedido en Grecia, es evidente que el que tengamos, en los doce meses que concluyen en septiembre de 2009, un déficit por cuenta corriente de 87,1 miles de millones de dólares, el mayor del mundo tras el norteamericano, nos exige medidas inmediatas de rectificación.
España experimenta ahora mismo el golpeo de ese descenso continuo de productividad. Por favor, ¡no se aluda a esa caricatura que se deriva de que al caer con más fuerza el desempleo que el PIB el cociente aumenta, y eso se pretende que sea una muestra de que mejora la productividad! Para remediarlo se ha hablado, y con razón, de lo que pasa con la innovación y la tecnología, o de la necesidad de renovar todo un conjunto de factores institucionales, o de la precisión de disponer de una energía abundante y barata, o de lo urgente de la revisión de las condiciones de contratación y de convención en el mercado del trabajo.
Pero además España, como expusieron una pléyade de geógrafos, geólogos y economistas, desde Lucas Mallada y «Los males de la patria» a Huguet del Villar y su «El valor ecético de España», o a Perpiñá Grau y sus investigaciones sobre lo que denominaba la «infraestructura económica de España», muestra una base natural que, contra lo que dijeron unos pocos avisados expositores, desde San Isidoro a Ramos Oliveira, fue otorgada por un hada madrina poco poderosa. Uno de los elementos de esa base natural es nuestra latitud y nuestra longitud, esto es, la posición que España ocupa en el Globo. Y eso porque existe, con consecuencias muy claras, lo que se llama la renta de situación. Si un país se encuentra en medio de grandes corrientes de tráfico, por este simple hecho, pasa a tener unas grandes posibilidades de desarrollo, esto es, su renta de situación impulsa hacia arriba la productividad total de los factores.
De las corrientes interiores de la rica Europa, nuestra situación tras los Pirineos agregada a nuestra orografía nos excluía en gran medida. La enorme corriente de tráfico marítimo que unía esta rica Europa nórdica y central con la opulenta costa este de Estados Unidos, transcurre muy alejada de nuestras costas. Desde la caída del shogunado en Japón, surgió otra, importantísima, en el Pacífico, desde la costa oeste de América del Norte hacia el crecimiento económico japonés. Cuando España, respecto a sus posesiones en el Pacífico, mostró señales de abandono, que en 1899 se transformó en venta a Alemania, Costa, en «La cuestión de la Micronesia», al comprender las ventajas que podía obtener España al encontrarse esos territorios en medio de ese creciente impulso comercial, escribió aquello de «No tienen valor ni para soñar», refiriéndose a nuestros políticos.
Mas, como consecuencia del fortísimo crecimiento de China, la India, amén del de Australia y Japón, ha surgido una fuerte corriente de tráfico que une a la rica Europa con esos nuevos paraísos económicos. Y he ahí que ese tráfico se efectúa por el Índico, el mar Rojo y el Mediterráneo. Añádase lo que supone el tráfico de los petroleros, desde el Oriente Medio. Automáticamente se ha alterado nuestra renta de situación. Véase lo que por ejemplo, sucede con el tonelaje creciente de contenedores que arriba a Algeciras, Valencia y Barcelona. Pero, de pronto, el caos político creciente en muchos países del norte de África, las tensiones en torno a Israel y Palestina, el caos que reina en Somalia, la guerra de Afganistán, y su corolario, cumpliendo los pronósticos de Abenjaldún, de aparición de una etapa presidida por un Islam sacrificado y violento contra los infieles en seguimiento de un profeta. Una de sus manifestaciones es, como ocurrió antaño, por ejemplo, con los piratas de Salé, en Marruecos, ahora sucede con los de Somalia. Aparte del asalto al superpetrolero griego «Maran Centaurus», el 29 de noviembre de 2009, han tenido lugar nada menos que otros seis ataques a grandes buques. La base de estas agresiones es el golfo de Aden y Somalia y su ámbito, el Índico. Léase lo que dice el director del International Maritime Bureau, o las reacciones relacionadas con el del legendario Lloyd´s of London, ese primer elemento del mercado mundial del seguro. La única salida la ven ambos en una fuerza marítima euroamericana. Como señala el periódico «Lloyd´s List» lo que existe actualmente allí es «insuficiente para controlar una zona tan grande como Estados Unidos». Si ese riesgo avanza, también la renta de situación de España sufrirá, y con ello, la productividad total de los factores y nuestra competitividad. Únase esto al excelente artículo de Juan E. Iranzo, «Los Presupuestos de 2010 se olvidan de la Defensa», publicado en «Atenea», diciembre 2009, o la resignada actitud del almirante Sande quien, como informa «Armas y Cuerpos» de 27 de noviembre de 2009, en su conferencia, «¿Las Fuerzas Armadas son necesarias para España hoy?» se refugia en la necesidad que tienen éstas, por tal recorte, de hacer «de la necesidad, virtud». Pero esa virtud, también es la de los que perjudican nuestro futuro, nuestra competitividad, y todo hay que decirlo, por ello, nuestra permanencia en la Eurozona. Porque en economía todo está enlazado con todo.
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