¿Por qué no preguntamos a los economistas?
Cuando en el Pontificio Consejo Justicia y Paz preparaban borradores y documentos previos de la que después fue la magnífica encíclica «Centesimus Annus», pieza clave de la doctrina social de la Iglesia, ha quedado para siempre en el Vaticano esta interrogación de Juan Pablo II: «¿Por qué no preguntamos a los economistas?»
 Cuando en el Pontificio Consejo Justicia y Paz preparaban borradores y documentos previos de la que después fue la magnífica encíclica «Centesimus Annus», pieza clave de la doctrina social de la Iglesia, ha quedado para siempre en el Vaticano esta interrogación de Juan Pablo II: «¿Por qué no preguntamos a los economistas?»
El talante de aquel gran pontífice debiera retornar ahora  a España, porque es muy seria la realidad coyuntural que nos acongoja.  Los economistas académicos ya vienen pronunciándose de modo rotundo, y  de manera creciente, desde que se percibió en 2004 que existían serias  amenazas de base que, si no se atajaban, iban a crear una realidad de la  que sería cada vez más difícil salir precisamente por retrasarse las  medidas de rectificación. Pero a esas cohortes crecientes de profesores  es preciso agregar los economistas que ocupan puestos clave en la alta  administración pública y que, por su independencia, no deben ser  desoídos.
 Digo esto como reflexión tras leer la espléndida  conferencia del gobernador del Banco de España, Miguel Fernández  Ordóñez, «Economía real y sistema financiero. La importancia de las  reformas», en el encuentro «Expansión»-KPMG de 23 de febrero de 2009.  Porque, efectivamente, el problema básico es el de «determinar en qué  medida la economía española está en disposición -o no? de iniciar una  nueva fase larga de crecimiento robusto». Y la frase, que puede  considerarse central de Fernández Ordóñez es ésta: «Si la economía no  mejora sustancialmente debido a la falta de consenso suficiente para  acometer reformas estructurales, las entidades de crédito acabarán  viéndose dañadas y no podrán ayudar a la recuperación»; Y de estas  reformas estructurales hay, según Fernández Ordóñez, dos «mas urgentes y  necesarias: la política de consolidación presupuestaria y la reforma  laboral», que por supuesto se interrelaciona: «Si no hay reforma  laboral, y seguimos básicamente por ello manteniendo cifras de paro tan  extraordinarias, las finanzas públicas sufrirán por dos vías: no sólo  por el gasto, que ya ha adquirido proporciones ingentes, sino también  por al vía del ingreso».
 Sobre la consolidación presupuestaria conviene recordar  ahora lo que Fernández Ordóñez dijo en el Club Financiero de Vigo el 26  de enero de 2010 que «las políticas de reforma del gasto público  necesarias para volver a unas cuentas públicas saneadas, ... requerirán  un esfuerzo excepcional de todos, y en especial de las comunidades  autónomas y ayuntamientos, porque son los entes que concentran la mayor  parte del gasto público y el mayor número de funcionarios», por lo que  «en países con una descentralización presupuestaria tan intensa como  España, las dificultades se acrecientan».
 Y acerca de la reforma laboral acaba de decirnos con  mucha oportunidad, que se debe evitar que sea «de bajo alcance, como si  pudiésemos permitirnos el lujo de acometer esta reforma con lentitud, en  varios años». Otro mensaje más, que se suma al de multitud de  economistas académicos, y que bien merecería la pena de que, con  urgencia, se escuche.
 
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