Berzotas
Creo que entre todos, con la mejor voluntad, debemos suavizar la crispación andante y dominante con el uso de una adjetivación más amable. Reconozco mis culpas. Con motivo de los ridículos actos promovidos en defensa del juez Garzón –promovidos entre otros, por el propio juez Garzón, que no los ha desautorizado–, he calificado a sus promotores e intervinientes de estalinistas. No es correcto. Stalin ha sido el mayor criminal de la Historia Contemporánea, y los individuos que se han apostado al lado de Garzón no han matado a nadie.
Desde Villarejo a Pilar Bardem pasando por Berzosa, los cejeros, Felipe González y compañía, el calificativo de estalinistas se me antoja exagerado. Son simplemente unos berzotas. Mengua la tensión y se abre la sonrisa. El juez Varela ha expulsado a la Falange de la causa contra Garzón, o mejor escrito, de una de las tres causas. El argumento principal de los berzotas se ha desmoronado. Claro, que la educación del sosiego también hay que exigírsela a los garzoninos. Jiménez Villarejo, el tío de doña Trinidad y Fiscal durante el franquismo que juró los Principios del Movimiento –no todos lo hicieron–, haría muy bien en rebajar su insulto de «torturadores» a los magistrados del Tribunal Supremo. Pero no intuyo en Jiménez la posibilidad de reconocer su felón calificativo abrazándose a la buena educación.
Y quedan mal. No leen, no saben nada, usan de los tópicos progres, viven de lugares comunes y mensajes entreverados, y hacen el panoli. Prueba de ello, la divertida intervención del portavoz comunista en la Asamblea de Madrid, Gregorio Gordo, en la que exigía a la Presidenta Aguirre la condena del franquismo y el apoyo a Garzón. Y Aguirre, que sí ha leído y conoce nuestra reciente Historia mucho mejor que Gordo, le ha replicado exigiendo al berzotas la condena del Golpe de Estado del Frente Popular de 1934 –ahí comenzó la Guerra Civil–, y el asesinato de José Calvo Sotelo a manos de la Policía, y en concreto, de los escoltas de Indalecio Prieto. Y Gordo quedó mudo, por aquello de la ignorancia y la falta de argumentos para replicar en su oquedad parlamentaria.
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