¡CAMPEONES!!!!!!

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martes, 27 de abril de 2010

Alfonso Ussía

Muerte mujer

«Jamás el deshonor, nunca la huída». Hay mucho de militar y torero en esa unión de palabras. Compleja la personalidad de José Tomás, el torero que ha puesto patas arriba y boca abajo el mundo del toro. Con él también llegó la discusión, el debate y hasta la trifulca anímica. Los hay –el que escribe, uno de ellos–, que sin poner en duda ni una mota de su inmenso arte, le afean su estoico empecinamiento ante el riesgo. Lo he pasado tan bien y tan mal viendo torear a José Tomás que me considero autorizado para intentar ver la luz de su personalidad, que sobrevuela claramente al del resto de los toreros. En la última «goyesca» vivida por Antonio Ordóñez en Ronda, allí en su casa de «San Cayetano», con las cenizas de Orson Welles paseando por tajos y serranías, el gran maestro se lo dijo a su nieto Francisco ante sus elegidos invitados. «En el único que me veo es en José Tomás». De Antonio Ordóñez se ha dicho todo de su arte grandioso, de su majestuosidad, de su empaque y de su torería. Pero no se ha incidido en uno de sus principales fundamentos toreros. Su valentía. Se retiró con más de veinte cornadas en el cuerpo, alguna de ellas provocada por el «jamás el deshonor, nunca la huída» de su honda altivez rondeña. Hablábamos de su paisano Pedro Romero, que estoqueó más de dos mil toros sin sufrir ni una sóla cornada. «En aquellos tiempos no se toreaba. Sólo se lidiaba, y así, cualquiera».
José Tomás ha revolucionado el mundo de los toros. Su personalidad arrasa, y su arte es altísmo. Para mí, que le excitan las caricias de la muerte mujer. En caso contrario, no se entendería el sitio que nunca abandona en la plaza y ante el toro. Hay mucho de amor en esa aceptación del riesgo. José Tomás no tiene necesidades económicas. Para un aficionado, todo el dinero que se invierta en comprar una entrada para ver torear a José Tomás, es un dinero bien gastado, aunque suponga una deuda. Me refería al principio a su sentido del honor, tan legionario. El novio de la muerta. No es de izquierdas, pero indiscutible. José Tomás siente placer acariciándola, llevándola a su aire de arte a un centímetro de la femoral. El hombre y la mujer, por largo y hondo que sea su amor, también discuten y se enfrentan. Cuando la muerte mujer vive en el toro, y se siente amada por el torero, la discusión siempre termina en la enfermería. Y ahí entran en juego, además de los bisturíes y las tijeras, los escapularios, las estampas y los rezos. En la enfermería de Aguascalientes, hubo más de los segundos que de los primeros. Ni anestesia, ni sangre, ni oxigeno, ni pinzas. Pero sí la sabiduría de un médico que salvó la vida de un José Tomás malherido por su novia, que ya le había advertido. «Hoy te mato, amor». Y José Tomás, jamás el deshonor, nunca la huída, no le hizo caso. Ni la miró. Para muchos meses han roto sus relaciones.
Si quería ser mito, tiempo hace que lo logró. Si quería ser grande en el toreo, grandísimo es. Pero dominar a su muerte mujer es empresa imposible. Cuidado con ella. Hoy ha fallado, pero algún día, luz albertiana, dará su junco a la media luna fiera y a la muerte, su gracia, de rodillas.

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