AL ABORDAJE
Un cierre en falso
La devoción por estos principios, incluido el de igualdad ante la ley, sólo se vuelve meritoria cuando se le reconocen a alguien cuya opinión nos desagrada, nos violenta, nos evoca un antagonismo. De hecho, en periodismo no cabe cobardía mayor que la de aquel que no protesta una agresión a la libertad, o porque la ha decidido un poder con el que tiene un pacto fáustico -el CAC en Cataluña-, o porque la sufre un medio o un periodista al que identifica como enemigo. Éste, que se joda. Pero toca a uno de los míos y verás cómo grito que viene el fascismo.
He aquí dos ejemplos de cómo se defiende la libertad y la inocencia del pensamiento incluso cuando éste desagrada. 1.: por más que hubiera hecho causa de Garzón, la progresía jamás tendría que haber agredido la igualdad de derechos ante la justicia de Falange, culpable tan sólo de una falta ideológica, o sea, de conciencia. No basta con no enviar al discrepante a una mazmorra para darse ínfulas de superioridad moral. 2.: siete años después del cierre de Egunkaria, la sentencia absolutoria no encuentra vínculo alguno con el terrorismo. No identifica delito. Por lo que no hay más remedio que admitir que la clausura de un periódico, la disolución de una empresa, los ingresos en prisión y los siete años de escarnio social delatan una persecución ideológica amparada en cierta patente de corso antiterrorista y señalan una de esas ocasiones en que el mantra de la libertad falló en su aplicación.
La diferencia es que nuestro Estado corrige a veces con garantías con las que no pudieron ni soñar el fontanero cubano, Orlando Zapata, ni sus compañeros en la cuerda de presos. Aun así, toda reparación incluiría el reconocimiento de que Egunkaria fue un error y un abuso que encima habrá alimentado odios. Seguro que lo admiten hasta los que emplean la palabra "liberticida" para protestar sólo cuando son ellos, o su visión de las cosas, a quienes se achica la libertad.
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