¡CAMPEONES!!!!!!

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lunes, 17 de mayo de 2010

David Torres

El País de los Cuentos

Érase una vez un país donde los ricos cada vez eran más ricos y los pobres más pobres, como debe ser, según la doctrina neoliberal, y a pesar de tener un gobernante llamado ZP Hood que presumía de haber sido arquero fuera de la ley en sus tiempos, un tirador de primera que donde ponía el ojo, sentaba el culo. En los cuentos de toda la vida, los gobernantes siempre están tristes y apesadumbrados, y dictan leyes sombrías mientras odian minuciosamente a su pueblo, pero ZP Hood no. ZP adoraba al populacho y estaba siempre felicísimo y magnánimo en su trono aunque nadie entendiera muy bien de qué se reía aquel tipo.

Para divertir a su pueblo, ZP Hood había llenado su Gobierno de ministerios tontos, cargos inútiles y pedantes incompetentes, y así coleccionó a una ministra de Igualdad, a un chambelán que peinaba bombillas y a su amigo Zerolo, pero el pueblo seguía quejándose de hambre (qué pesados) de manera que ZP decidió robar a los pobres para dárselo a los ricos, como manda el canon socialista. Este acto fue muy aplaudido por uno de sus acólitos, Little John Bono, que había pasado de la humildad franciscana a forrarse de arriba abajo gracias a sus avispados reflejos, a su trabajadora y cristiana familia y a su simpatía a prueba de hipotecas.

Esto sacó de sus casillas a Mariano, el sheriff de Nottingham, un registrador de la propiedad que no podía ver cómo su enemigo ancestral emprendía las políticas de hambruna, miseria y recortes sociales con las que él hubiera pasado a la posteridad y para las que, además, se había dejado crecer a propósito una señora barba de las que quedan muy bien en los cuentos.

Un poco a la derecha del sheriff, estaba el señor Matas, que venía de otro cuento, pero que era muy famoso porque multiplicaba propiedades igual que habichuelas mágicas y poseía un palacete de fábula con tropecientos retretes y papel higiénico tallado en oro. Este señor Matas era el símbolo de honradez universal que el gran emperador Aznar había puesto como ejemplo y gloria de su maravilloso reinado. Entre eso y un mago llamado Correa que fue testigo en la boda de la hija del emperador, celebrada en otro palacio de fábula, el cuento se explica solo.

Pero falta Juan Camps, que se llamaba a sí mismo Juan Sin Miedo, aunque más bien era Juan Sin Vergüenza y al cabo de poco Juan Sin Tierra. Camps vestía unos trajes mágicos que veía todo el mundo excepto él y tampoco olía la corrupción que le seguía a todas partes, de bueno y santo que era. Y el sheriff Mariano ponía la mano en el fuego por él y, oh milagro, se quemaba Valencia.

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