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sábado, 1 de mayo de 2010

José María Marco

La sensibilidad austracista

Es de conocimiento general que en el Partido Popular conviven dos formas de ver la realidad española. No se trata de liberales y conservadores, que la doctrina Rajoy apartó de la derecha española. Se trata de dos ideas acerca de la naturaleza del Estado de las autonomías y lo que se llama política territorial. Están los favorables a una cierta coordinación de algunas políticas, para asegurar por lo menos un mínimo de competencias al Gobierno central (federal, dirían en otros países). Y están por otro los que manifiestan su disposición a gestionar un sistema de descentralización máxima. En una entrevista reciente en La Vanguardia, José María Lassalle, diputado del PP, ha avanzado lo que tal vez sea el principio de una nueva teorización de esta última opción, al calificarse a sí mismo de austracista o austriacista.

Como casi nadie sabe lo que es un austracista, conviene aclarar que se llamaron así los partidarios del archiduque don Carlos durante la Guerra de Sucesión, a principios del siglo XVIII, cuando la Corona austríaca se enfrentó a la de Francia para alcanzar el trono español. Como la dinastía borbónica tenía una tradición administrativa y política centralizadora muy distinta de la que hasta ahí había predominado en España, el archiduque y sus consejeros, para atraerse a los descontentos, se declararon partidarios de la antigua Monarquía compuesta de los Habsburgo, que respetaba los fueros y privilegios de los reinos españoles.

La popularidad de la corte del archiduque, que se instaló en Barcelona, menguó a medida que crecían sus gastos en festejos, que contrastaban con una situación económica precaria. Más adelante, cuando el pretendiente llegó al trono austríaco, no olvidó aquel experimento, ni lo que un historiador llamó su "sueño español", pero no dejó de incorporar algunas de las políticas al uso en el siglo XVIII, que eran las centralistas borbónicas. Las políticas austracistas sonaban ya a algo de corte tradicionalista, como lo que mucho más tarde reaparecería en el carlismo. Los austracistas quisieron también promover la vitalidad económica del Principado. Llegó con los Borbones: Cataluña, deprimida desde el siglo XV, empezó a crecer hasta convertirse en una de las regiones más ricas de España. Fue la administración borbónica la que hizo posible el milagro del "fénix catalán".

Como es fácil de suponer, los austracistas han tenido una relativa buena prensa entre algunos historiadores de los últimos años. Ernest Lluch, no mucho tiempo antes de ser asesinado por un nacionalista etarra, hablaba de ellos como si fueran parte de las Españas vencidas en la Guerra de Sucesión, concebida como una guerra de conquista castellana. Declararse austracista hoy, como hace Lassalle, es hacer un guiño a quienes ven ya casi definitivamente instalado en nuestro país una forma de gobernación distinta de la que se ha intentado en los últimos trescientos años. A Prat de la Riba, en plena vorágine del primer nacionalismo catalán, le gustaba decir "Senyors: L’Edat Mitja torna..." (Vuelve la Edad Media, señores) Quizá ya está llegando la hora de decir que vuelven los Austrias... o los carlistas, vaya usted a saber.

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