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miércoles, 5 de mayo de 2010

Pedro G. Cuartango

TIEMPO RECOBRADO

La tontocracia o el triunfo de los idiotas

He leído hace unos días que el sociólogo francés Christian Salmon va a escribir un ensayo sobre Belén Esteban. Salmon ha cosechado un gran éxito con una biografía sobre Kate Moss y ahora tiene el encargo de analizar las claves del éxito de Belén Esteban, a la que considera una figura transgresora frente al poder.

No conozco en profundidad la filosofía de esta señora, ya que he perdido mi tiempo leyendo a Pascal, Hume, Spinoza y Kant. ¡Qué inmenso error! En lugar de dedicar una considerable parte de mi vida a pensar sobre la sustancia en la Ética spinoziana, debería haber empleado mis tardes en ver los programas del corazón en los que esta mujer es tan habitual.

Dejando de lado la ironía, observo que nunca ha habido tanta gente en el mundo dedicada a reflexionar sobre la nimiedad. Hay miles de intelectuales, analistas y periodistas afanados en desentrañar misterios tales como si un torero se va a divorciar de la mujer con la que lleva casado 20 años o si un cantante tuvo relaciones con una modelo en el verano del 98.

El género más floreciente de la televisión ya no son las emisiones de teatro clásico que tanto éxito tenían en los años 70 sino los espacios de cotilleo en los que se especula sobre las intimidades de los famosos.

Ello no hace sino darle la razón al propio Christian Salmon, que sostiene la tesis de que lo que interesa en los tiempos actuales es el relato. El ruso Vladimir Propp ya analizaba hace muchas décadas la importancia del cuento en las sociedades modernas, mientras que Lévi-Strauss describió los estrechos vínculos entre los mitos y las estructuras sociales.

Sea cual sea la causa que subyace tras el fenómeno, nuestra sociedad está fascinada hoy por la banalidad, por la estulticia, por unos personajes cuya principal cualidad es la vaciedad. En la Edad Media, la plebe estaba deslumbrada por los reyes y los nobles, que eran una sublimación de su propia miseria. Hoy lo que se sublima es la áurea mediocridad, la charlatanería que se envuelve en trascendencia mediática.

Lo que menos soporto de los programas del corazón es que sus presentadores y sus invitados se ponen serios, como si fueran a abordar un asunto vital para la suerte de la Humanidad. Hay periodistas que se prestan a legitimar este juego por el que la basura se reviste de un barniz intelectual que disfraza su esencia.

Soy consciente de que estas reflexiones son las de un viejo cascarrabias, pero no voy a caer en lo políticamente correcto y eludir expresar lo que pienso: que vivimos en una sociedad donde sólo triunfan los idiotas. Un científico serio o un pensador heterodoxo están condenados al silencio, entre el clamor de tanto imbécil.

España está dejando de ser una meritocracia para convertirse en una tontocracia. Lo vemos desde las escalas más altas de la Administración hasta las televisiones. Dentro de poco, todos seremos como Belén Esteban.

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