¡CAMPEONES!!!!!!

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miércoles, 28 de julio de 2010

Pedro G. Cuartango

Ser y estar

Si Descartes edificó su racionalismo filosófico sobre el cogito ergo sum, podríamos afirmar de forma análoga: estoy luego soy. Estar lleva implícita la idea de ser, pero esta diferenciación elemental no existe en todos los idiomas.

El verbo inglés to be puede significar tanto ser como estar. Igual sucede en francés con el être y en alemán con el sein. Por tanto, el castellano nos aporta un interesante matiz que no se halla en esas tres lenguas europeas.

Uno es lo que es, pero puede estar de distintas maneras en el mundo. Yo he experimentado esta dicotomía desde que era un niño: me sentía a gusto con lo que yo era, pero no sabía estar.

Nunca he tenido problemas de identidad, pero sí de relación con el entorno. Siempre he experimentado una vaga incomodidad al relacionarme con la gente, al interactuar dentro de un grupo, a tener que asumir un papel en el seno de cualquier colectivo.

Mi naturaleza me ha empujado a la soledad, a los sueños, a los viajes, que es donde me he sentido mejor. Cuando tenía 14 años cogía la bicicleta todas las tardes de verano y me perdía por los campos de los alrededores de Burgos, que llegué a conocer como la palma de mi mano.

También he disfrutado mucho en los viajes en ferrocarril, que durante mi juventud eran una forma de huir de lo cotidiano. Nada más agradable que contemplar el paisaje desde la ventanilla de un tren. Antes, en los departamentos de los vagones de Renfe, había unas fotografías que te transportaban a lugares lejanos de la geografía española. Yo los memorizaba y soñaba que algún día podría visitarlos.

Luego, me entró la obsesión por las islas. Quería irme a vivir a un islote solitario en Bretaña o en Escocia. Soñaba con sus acantilados, con el viento, con el olor del mar. Durante años, veía despierto a la dama de blanco que se me apareció en la antigua mansión de Sarah Berndhardt en la punta norte de Belle-Île.

Viví en París, en Lucerna, en Barcelona. Estar en el mundo era para mí la ilusión de poder viajar hacia otro sitio, aunque fuera con la imaginación. Y ahora me doy cuenta de que esa manera de estar tenía mucho que ver con lo que soy, porque la mejor manera de conocerse a uno mismo es salirse del entorno cotidiano.

Atado a un trabajo no diré que rutinario pero sí absorbente, sueño que pronto podré realizar mi ansiado viaje por las islas griegas: de Corfú a Rodas, del Jónico al Egeo, pero sin prisas, sin calendario, sin más horario que el de la salida y la puesta de sol.

Conforme pasa el tiempo, la tentación de huir se va haciendo más fuerte. No quiero que me suceda lo que le pasó al historiador inglés Tony Judt, anclado hoy en una silla de ruedas, que rememoraba hace poco en un espléndido artículo el placer de viajar en tren.

Ser, tener una identidad y saber de donde uno viene es importante. Pero mejor es aprender a estar, algo que no se enseña en ninguna escuela.

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