¡CAMPEONES!!!!!!

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lunes, 1 de noviembre de 2010

Santiago González

Las crónicas de Callo Tácito

Callo Tácito, corresponsal bregado en las crónicas de Roma en el periodo de transición entre la República y el Imperio, ha vuelto al tajo. Había dejado pruebas de su buen hacer en las crónicas que le dieron justa fama bajo la etiqueta genérica 'Callo Tácito desde el foro', que inspiraron en el pasado una famosa comedia musical titulada 'A funny thing happened on the way to the Forum', título que para una mejor comprensión del Emperador, no muy alfabetizado en lenguas bárbaras, se tradujo aquí por 'Golfus de Roma'.

Periódicamente, entre los padres de la patria que sesteaban junto a la estatua de Pompeyo, salía uno y miraba hacia la guerra que en el norte libraban las legiones romanas contra las manifestaciones sediciosas de los sabinos, que habían venido manifestándose desde los tiempos de Alba Longa.

A continuación, el Ojoclínicus se dirigía a los nobles representantes del pueblo de Roma y les decía: "SPQR*: algo se mueve en ese mundo. Los sabinos se plantean la necesidad de abandonar las armas y participar en las dulzuras de la vida política en la capital: tener su escaño en el Senado por la mañana y asiento reservado en el anfiteatro por la tarde".

Y el Senado se convertía en un hervidero de dimes y diretes, de controversias y luchas intestinas entre los patricios romanos, mientras algunos sabinos, menos violentos, pero más avisados que sus convecinos matariles, aprobaban las cuentas de Roma a cambio de abrir el cofre único de la Securitas. Tácito recreará periódicamente los acontecimientos de esta turbulenta época de Roma con ágil pluma de águila mojada en oscura tinta de calamar.


* Senatus Populus Que Romanus. Senado y Pueblo Romano. Empleado aquí con voluntad vocativa, era una locución que merecía mármol en sentido estricto y se reprodujo en la columna de Trajano, así como en infinidad de bajorrelieves, en los lábaros del Emperador y en las banderas de las legiones.

Ruborcalvus de Roma


Por Callo Tácito


Recién llegado de un largo viaje que me ha llevado más allá del limes, vuelvo a estar en Roma reencontrándome con mis asuntos cotidianos. Y tengo que decir que, aunque en el trascurso de mis peregrinaciones he visto y oído cosas que desafían la capacidad de comprensión de los hombres, nada supera en maravilla a los sucesos cotidianos de Roma. Y es que el comportamiento habitual de los romanos excede en singularidad a, por ejemplo, las costumbres de los sciapodos que habitan las áridas tierras meridionales, los cuales, dada la ausencia de árboles y las altas temperaturas de los lugares en que viven, se proporcionan sombra con su propio pie.

Y lo primero que me cuentan es que el Emperador ha consultado a un nuevo colegio de arúspices que practican un culto mistérico al que llaman demoskopia, llamándose ellos mismos demoskopos. Y se dice que estos demoskopos, tras contemplar el vuelo de unas aves, diseccionar las entrañas de otras, y escudriñar los cielos tormentosos para averiguar lo que Júpiter nos intenta decir mediante sus fulgores, han llegado a la conclusión de que el Emperador no es amado por sus súbditos. Y hay quien dice que, para llegar a esa conclusión, no hacía falta destripar pájaros ni contemplar el cielo bajo la lluvia con grave riesgo de su salud, puesto que les habría bastado con darse una vuelta por el foro. Y al decir esto se refieren a que en allí la gente se dedica, olvidando el respeto, la veneración, y el temor que el Emperador debería provocarles, a criticarlo abiertamente cuando no a insultarlo. E incluso hay quien por las noches se anima a pintar, armado con un carboncillo, bigotes en las efigies del Emperador, e incluso cejas que acentúan las que naturalmente lo adornan, dejándolas de este modo decoradas para diversión de los que la contemplan al día siguiente.

Y es que las arcas de Roma están exhaustas, y la gestión que el Emperador ha hecho de los asuntos económicos no ha contribuido a realzar su prestigio. Y el Emperador sabe que Roma está en bancarrota, y sabe que sus súbditos no lo aman, pero no acierta a relacionar ambas cosas. Y, considerándose incapaz para resolver lo primero, ha decidido poner freno a lo segundo. Y al ser consultados al respecto los demoskopos le han revelado que lo importante no es hacer algo sino hablar mucho. Y cuentan los que estaban allí que, mientras los demoskopos formulaban esta afirmación, se miraron entre ellos y exclamaron eureka, pues, afirmaron, acababan de descubrir la propaganda. Y, convencido y entusiasmado por la idea, el Emperador ha decidido otorgar plenos poderes al jefe de los pretorianos, Rubor Calvus, que es llamado así en consideración a una virtud moral y a una característica física, respectivamente: la capacidad para sentir vergüenza ante sus actos y la abundante cabellera, de las que los dioses no han querido dotarlo. De modo que Rubor Calvus ha sido investido de los poderes extraordinarios de un dictator, tal y como requiere la situación, y ha recibido el encargo de detener la pérdida de afecto de sus súbditos como sea, que es un añadido con el que el Emperador acostumbra finalizar sus frases. Y, bajo las órdenes de Rubor Calvus los pretorianos se han puesto a la acción y han emprendido inmediatamente dos tareas, consistiendo la primera en decretar una nueva persecución contra el Procónsul Marianus y sus seguidores.

Y esto los ha cogido por sorpresa, aunque el Procónsul había adivinado la táctica de los seguidores del Emperador, consistente en echarles la culpa de todo. Porque cuando el Emperador era sorprendido negociando con los asesinos que habitan en tierras de los sabinos, el Procónsul era flagelado por practicar la crispatio; y cuando las arcas de Roma se vaciaban, el Procónsul era acusado de no tirar de la cuadriga; y si, con el fin de evitar nuevas persecuciones, el Procónsul se hacía el simpático, era inmediatamente denostado por aspirar únicamente al poder. Y es por esto por lo que el Procónsul permanecía oculto y sin atreverse a alzar la voz, lo que no le ha servido de nada ante esta nueva campaña de Rubor Calvus.

Y hay que decir que la segunda de las acciones que han emprendido el Emperador y los pretorianos consiste en volver a negociar con los asesinos sabinos, pero de todo esto creo que habrá sobradas ocasiones de hablar en calendas venideras.

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