¡CAMPEONES!!!!!!

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domingo, 12 de diciembre de 2010

El hundimiento

Por más cortinas de humo que intenten desplegar, ya sea aprovechándose hábilmente de la locura de los controladores o inventándose presuntos escándalos profusamente jaleados por sus 'medios amigos', los socialistas saben que están políticamente muertos. Sentenciados por su propio electorado. Acabados, sea cual sea el conejo que logren sacar de la chistera etarra. En vísperas de sufrir una debacle únicamente comparable a la que precedió a la disolución de UCD. Felizmente liquidados, para alivio de esta España escarnecida por la ineptitud, temeridad y arrogancia del peor presidente de la era democrática.
Encerrado en La Moncloa o mostrando una palidez ojerosa en la tribuna del Congreso, Zapatero se parece cada vez más a ese Adolf Hitler magistralmente encarnado por Bruno Ganz en la película de Oliver Hirschbiegel. Es difícil saber si escucha, pero desde luego no oye, o no quiere oír, el clamor que le exige una retirada inmediata como única forma de evitar que se consume el hundimiento que vaticinan las encuestas a escala global. Porque de cumplirse el fatal augurio en el que coinciden todas, sin excepción, el PSOE puede perder hasta la última de las comunidades autónomas que gobierna, así como la mayoría de las capitales de provincia que aún le son fieles, para convertirse en un partido marginal, sin poder territorial ni recursos económicos, ni siquiera cantera en la que buscar a un Moisés que capitanee una travesía del desierto probablemente larga, dado que esos mismos sondeos pronostican una mayoría absoluta del PP en las generales. Y en esta hora de tribulación todas las miradas convergen en él, en el ex optimista antropológico, en el improvisador suicida, en el aprendiz de brujo que se encontró con la presidencia sin haber hecho un mérito para alcanzar tan alto honor, como responsable principal de la catástrofe que se les viene encima.
Zapatero está solo, sin más compañía que la de cuatro incondicionales (e 'incondicionalas') tan ciegos e incapaces como él, en busca de un sucesor susceptible de recoger los restos del naufragio sin excederse en la venganza. Porque venganza ha de haber, y él lo sabe, máxime cuando su desprecio por los que le precedieron en el despacho, e incluso por los que le acompañaron al principio de su singladura, no ha dejado resquicio a la duda. Quien a hierro mata a hierro muere, lo que explica que se resista a ceder las riendas. Pero lo tendrá que hacer, o se las quitarán de las manos, en cuanto hablen las urnas. Y entonces comprobará que la derrota no sólo es amarga, sino que convierte al que la sufre en un apestado.

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