¡CAMPEONES!!!!!!

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martes, 7 de diciembre de 2010

Hermann Tertsch

La grandeza existe

Hoy hace cuarenta años, un lluvioso y frío día 7 de noviembre de 1970, Varsovia fue escenario, durante apenas 30 segundos, de uno de esos instantes luminosos en la historia que se convierten en un hito real e indeleble. Fue un acto personal y espontáneo, desde la grandeza, la compasión y el sentido de la trascendencia que, como pocos otros, ha quedado como momento estelar de la expresión de la calidad humana en la vida política europea moderna. Aquella mañana, un canciller alemán socialdemócrata, Willy Brandt, salía del palacio de Wilanow, consciente del momento que habría de vivir en el homenaje a los muertos del levantamiento del gueto de Varsovia de la primavera de 1943. Un canciller alemán, en la Polonia comunista y víctima de la Alemania nazi, ante un monumento a la mayor víctima, el pueblo judío. «No había planeado nada, pero sabía que tenía que expresar el carácter extraordinario de mi homenaje», recordaría Brandt en sus memorias. Allí le esperaba el monumento del escultor Nathan Rapaport, un judío varsoviano que escapó y encontró su patria en Israel. Escultura expresionista en bronce, su base era piedra de labradorita que el ministro y arquitecto de Hitler, Albert Speer, había llevado a Varsovia para una columna de la victoria nazi. Apenas un guiño de reparación en el recuerdo a esta gesta en honor de la dignidad del pueblo judío y del ser humano. Sin posibilidad frente a la poderosa maquinaria de guerra alemana, los judíos del gueto combatieron casa por casa, en aquel barrio convertido en 1940 en campo urbano de concentración y espanto, en el que centenares de miles de judíos agonizaban a la espera de su traslado a los hornos. Mantuvieron en jaque a las fuerzas nazis en una lucha que rompió definitivamente el patrón de la sumisión judía durante el Holocausto y es un referente histórico de la conciencia de autodefensa de Israel. Llegaba Brandt a la plaza del monumento, en un barrio que, reducido a escombros por los combates, fue dinamitado y
aplanado después por los alemanes. «Dem Erdboden gleichgemacht», «igualado al suelo», rezaba el informe alemán. En 1970 aún se construía allí, como en gran parte de la capital polaca que pagó de igual forma su levantamiento de 1944. Fue un año después del final del gueto, cuando el Ejército soviético ya estaba frente a la capital en la otra orilla del Vístula. Allí esperó a que los alemanes exterminaran a la resistencia polaca, a sabiendas de que ésta habría luchado contra la brutalidad comunista con igual decisión y arrojo que contra la barbarie nazi. Brandt iba a una cita con la historia, a un homenaje a la libertad y la dignidad en una realidad triste. Polonia ya sufría más de dos décadas de tiranía comunista. Y desde 1968, las autoridades comunistas de Gomulka mantenían una campaña de renovada miseria antisemita. Llegadas todas las autoridades, formada la guardia, Brandt se acercó con paso lento y solemne al monumento y depositó allí la corona de flores. Dio unos pasos atrás, estuvo un instante firme y entonces, ante la sorpresa de todos, cayó de rodillas. Fueron treinta segundos. «En la sima de la historia y bajo el peso de millones de asesinados, hice lo que hacen los hombres, cuando la palabra es insuficiente», diría después.
Hasta aquí la evocación de aquel acto supremo de grandeza, empatía y honor, homenaje a la dignidad del hombre y las relaciones humanas, a lo mejor de la política. Para descansar un día de tanta bajeza, mediocridad y mentira. En recuerdo a nuestra Constitución, a la transición y la reconciliación nacional, testimonios de que la grandeza es posible, pese a los que la ignoran, desprecian y profanan.

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