¡CAMPEONES!!!!!!

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martes, 7 de diciembre de 2010

Tomás Cuesta

El gesto y la mueca

En un artículo aparecido en el «Pariser Tageszeitung», en su edición del 3 de enero de 1939, el novelista judío Joseph Roth, arrumbado por la barbarie nazi en la capital francesa, reflexiona sobre el gesto del director Erich Kleiber al negarse a actuar en la Scala de Milán mientras las leyes raciales estuviesen vigentes. «Su actitud —escribe Roth— habría sido natural en otro tiempo; ahora, sin embargo, es un ejemplo de nobleza». Y, a partir de ahí, extrae la moraleja: «Nada resume con tanta precisión la pavorosa mezquindad de la sociedad europea como verse obligado a calificar de noble lo que no es sino un rasgo de elemental decencia. Si el humanitarismo se percibe como algo excepcional es porque la inhumanidad es la norma vigente».
Esas cavilaciones que desgranaba Roth poco antes de morir de asco y de tristeza, vienen a la memoria cuando se considera en frío (y hace un frío que pela) la infatuada retórica con que Rodríguez Zapatero se calza los galones de estadista de altos vuelos por haber conseguido algo tan de diario, tan gallináceo y tan pedestre como garantizar el uso de nuestro espacio aéreo. El ampuloso gesto, que quiere ser solemne, se convierte en una mueca arrabalera cuando se toma en consideración que el aquelarre de los controladores estuvo precedido (o provocado, incluso, según quién cuente el cuento) por la inicua torpeza del responsable de Fomento al poner a traición en negro sobre Blanco lo que estaba escrito en gris hasta la fecha.
Pero lanzar al vuelo las campanas, componer panegíricos y tirar cohetes porque un presidente haya hecho gala del mínimo decoro que se le exige a un presidente, más que chocante resulta chocarrero. Cuando lo natural —insiste Joseph Roth— deja de serlo y convertimos en sobrenatural cualquier pamema, es que la dignidad se ha ido a por tabaco y es más que probable que no vuelva. El señor Zapatero no ha resuelto nada. Ha hecho uso sencillamente a un recurso que toda Constitución prevé como extremo y que no acaba de estar del todo claro que se ajustase a lo que ocurría. Y eso al cabo de años sin tomar las elementales medidas que permitieran aumentar el número de controladores y acabar así con el permanente jaque al consumidor que sus reivindicaciones laborales suponen.
Nada real se ha hecho, en el fondo, puesto que la reordenación del oficio de controlador aéreo en España sigue pendiente. Por no hacerse, ni siquiera ha dado razón aún el presidente al Parlamento de una medida cuya entidad pone en suspenso normas jurídicas y políticas de infinitamente más entidad que la sola militarización de los aeropuertos: la potestad de disolver las Cortes o convocar elecciones anticipadas, por ejemplo. Ha hablado, en función vicaria suya (¿o es al revés?), Rubalcaba. Ya lo hizo en las negras jornadas que siguieron al 11 de marzo de 2004, cuando clamaba por un Gobierno que no mintiera; sólo que lo que entonces fue tragedia, ahora es farsa; es lo que pasa, dice el clásico, con las repeticiones en la historia.
Pero lo real no da votos. Lo que importa a quien busque recolectar fidelidades es el bello gesto. ¡Ah, el gesto! ¡Cuanto más teatral, más eficiente! Los corifeos de guardia se harán lenguas de la fortaleza del héroe y tejerán un manto de estadista al Emperador. ¿Quién dirá que va desnudo?

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