¡CAMPEONES!!!!!!

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sábado, 12 de septiembre de 2009

Alfonso USSÍA

El abuelo vejado

Lo cuentan los periódicos, las emisoras de radio y las cadenas de televisión. El más forajido y conflictivo de los «pijoborrokas» de Pozuelo es un nieto del marqués de Feria. Y yo me pregunto: ¿Qué tiene que ver el marqués de Feria en este asunto? El marqués de Feria no ha formado parte del botellón de Pozuelo, ni ha acorralado a los pocos policías allí presentes, ni ha roto la pierna a un agente del orden, ni ha propinado un puñetazo a otro, ni estaba borracho la noche de autos, ni se resistió con violencia cuando fue detenido. Pero todos los medios de comunicación se refieren a él, al marqués de Feria, al abuelo del más que presumible delincuente, concediéndole mayor importancia informativa que a su nieto, uno de los protagonistas de la fechoría. Y a eso se le llama morbo demagógico.
Me figuro al marqués de Feria, que es una persona discreta, normal y pacífica, leyendo y oyendo su nombre en periódicos y otros medios audiovisuales. ¿Tiene tanta importancia ser nieto de un marqués? Ninguna. La misma que ser marqués. Antaño, ser duque, marqués o conde servía para reservar mesas en los restaurantes. Hogaño, un título nobiliario no es más que un depósito histórico y cultural que hay que llevarlo con la mayor naturalidad. El que la armó, y gorda, no fue el marqués de Feria, sino un joven muy mal educado y violento que se llama Antonio Cruzat Hurtado de Mendoza, como podría haberse llamado Mario García Serrano, falsa identidad que dio a la Policía para oscurecer aún más sus acciones. Rafael Martínez Simancas, estupendo columnista, critica con mucha razón ese camuflaje de identidad. Con mucha, pero no toda. Debe recordar Rafael, que su tocayo, el duque de Feria –¡qué casualidad!–, fue condenado a nueve años de cárcel por ser el duque de Feria. Aquellas fotografías con una menor desnuda bañándose, no las sacó el infortunado Rafael Medina, sino la mamá de la criatura, y por ser quien era, al duque de Feria le cayeron unos cuantos años más de prisión, en una oscura historia de cercanas e influyentes manos negras que hicieron lo posible por mantenerlo en la cárcel.
En España se cree todavía que los nobles tienen sus casas vigiladas por férreas armaduras y altos penachos, y que disfrutan de privilegios sociales. Hay lechuguinos, claro, pero la mayoría son personas que trabajan, que pagan sus impuestos y que no gozan de derechos inalcanzables para el resto de los españoles. Tienen los mismos, con el deber implícito de la ejemplaridad. Y no merecen que por las graves faltas cometidas por un pariente cercano, sean ellos los que se exponen al tiro al muñeco de la pública opinión.
Enrique Múgica señala a los padres como responsables de la mala educación de estos hijos cretinos y violentos. Y acierta plenamente. Pero no sólo en las familias nobles, sino en casi todas. Generación entregada a la cretinez y a la estulticia. Los jóvenes son formidables hasta que no se demuestre lo contrario, y en esta ocasión, la demostración ha sido clamorosa y notoria. Pero los abuelos no tienen la culpa, por muy marqueses que sean, como tampoco la tendrían si fueran bomberos, electricistas, periodistas o jefes de planta de una tienda de «El Corte Inglés».

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